Ambición de posteridad

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Crítica

Capote (2005), de Bennett Miller

Por Paco Montalbán

Noche del 13 de noviembre de 1959, en la Kansas profunda. El asalto a una granja para robar se salda con el asesinato de los cuatro miembros de la familia Clutter. La noticia de la matanza la recoge en Nueva York el periodista y escritor Truman Capote (1924-84) (Philip Seymour Hoffman), quien decide movilizarse para escribir sobre la masacre. Enviado por el New Yorker y acompañado por su amiga, la también escritora Harper Lee (Catherine Keener) –Matar a un ruiseñor– llega al lugar del crimen para conocer los hechos sobre el terreno. Aunque su elegante vestuario, su homosexualidad y su forma de ser un tanto extravagante marca la distancia con los lugareños, la fama de Desayuno en Tiffany’s (1958) le precede y, utilizando a sus admiradoras, logra unos privilegios sobre sus colegas de la prensa. De esta manera ve en solitario los féretros de los cadáveres y las fotos de la matanza, entrevista, en exclusiva, a la niña que descubrió los cadáveres, al policía (Chris Cooper) que dirige la investigación, e incluso, una vez detenidos, a los presuntos autores -Perry Smith (Clifton Collins) y Dick Hickock- de la escabechina. Paulatinamente va ganándose la confianza de uno de los acusados (Smith) y, a medida que profundiza en su relación, percibe que en esa historia hay un libro latente que sólo él puede escribir pero, decide que lo hará con un estilo inédito hasta ese momento y que inauguraría un género literario: la novela documental.     

La película narra el proceso de creación de uno de los libros que cambiaron la óptica periodística del momento, al combinar investigación documental de un hecho real y testimonios directos de los personajes, con una narración novelada. Desde que un jurado de doce hombres declara culpables a los acusados y los condena a morir ahorcados, Capote busca y financia a los mejores abogados para que apelen a todas las instancias judiciales del Estado y Federales, con el objeto de mantenerlos vivos hasta que consiga cerrar su historia que, sólo será posible cuando Smith confiese lo que pasó aquella noche en casa de los Clutter. Con su habilidad para las relaciones personales logra que el alcaide de la cárcel donde están encerrados los autores le permita entrevistar a Smith durante años. Un pasado común de niños abandonados por sus padres, la promesa de contar la vida desde un punto de vista humano, la declarada amistad que dice profesarle y la calculada habilidad para conducir sus conversaciones, son suficientes para que Smith decida abrir sus sentimientos más profundos a Capote. Smith pensó que eran amigos y que el libro serviría para exponer su perfil más humano, pero en realidad la visión de Capote se mantenía entre la amistad y la repulsión que le producían los asesinos. A sangre fría se editó en 1966, siete años más tarde de que iniciase la investigación sobre los crímenes y que sólo pudo concluir cuando Smith confesó los hechos.

Con una profusión de primeros planos y de combinaciones plano-contraplano para narrar las entrevistas, el lento y largo proceso de investigación se dinamiza con la intercalación de algunas fiestas donde Capote se relaciona con la clase social más intelectual -escritores, artistas, modelos, periodistas-, e incluso política, de Nueva York, en las que es el centro de atención y la estrella indiscutible de las reuniones. La posición diferencial de la cámara antes y después de que Capote consiga su objetivo de cerrar el libro, marca la intencionada visión del director, quien trata con delicadeza aparente la ambigüedad de su comportamiento.

 El abandono de los culpables una vez que Smith le ha contado la historia de la noche fatídica de hacía cinco años, la ambición de escribir un libro para la posteridad, el contraste amor-odio de la relación que mantiene con Smith y la soledad en la que se desenvuelve en sus decisiones más íntimas, potencian el proceso de degradación que sufre Capote en el desarrollo de la escritura, su depresión posterior y su afición a la bebida, que no abandonaría hasta el final de sus días. Un alto precio que acabó pagando por inventar –junto a Mailer y Wolfe- el nuevo periodismo.

El actor Philip Seymour Hoffman (1967-2014) encarnó el papel con tal credibilidad -adelgazó varios kilos, impostó la voz, intensificó los amaneramientos gestuales- que, de las cinco nominaciones al Oscar que obtuvo la película –opera prima del director-, sólo consiguió la de mejor actor. Hoffman fue hallado muerto en febrero de este año por una sobredosis de heroína y cocaína, en su apartamento de Nueva York, después de haber rodado su último gran film El hombre más buscado (2014), donde asume un protagonismo absoluto.

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