Auge, drogas, sexo y caída de Wall Street

Leonardo DiCaprio y Kyle Chandler en una escena del Lobo de Wall Street

Leonardo DiCaprio y Kyle Chandler en una escena del Lobo de Wall Street

Crítica

El lobo de Wall Street (2013), de Martin Scorsese

Por Claudia Lorenzo

En una escena de la nueva película de Scorsese, Leonardo DiCaprio intenta alcanzar su coche de lujo con una sobredosis de quaaludes en el cuerpo. En ese instante, el actor protagoniza el mejor momento de comedia slapstick de los últimos años, alargado ligeramente en minutos pero tremendamente gratificante para el espectador que pueda verlo entero sin que las lágrimas de risa le nublen los ojos. Sí, Leonardo merecía el Globo de oro al mejor actor de comedia por ponerse en la piel de Jordan Belfort, no cabe duda.

Precedida de una especie de polémica en Estados Unidos (¿y qué película en esta temporada no la tiene?) que critica el hecho de que hable de alguien que ejemplifica todo lo malo de la economía actual, El lobo de Wall Street cuenta la historia del bróker y estafador Jordan Belfort que se hizo rico en su juventud, vivió años de excesos, sexo, droga y rock and roll, y acabó juzgado y encarcelado durante poco más de veinte meses a cambio de un jugoso trato federal. Déjenme decirles desde ya mismo que Jordan Belfort no es, ni mucho menos, un tipo majo. Es una cucaracha, un ambicioso, un hombre hecho para los negocios, con una absoluta falta de respeto por nada ni por nadie, un cruel y egoísta ser humano que engloba todo lo criticable en esta nueva crisis económica en la que estamos inmersos. Jordan Belfort no es una buena persona, ni en realidad ni en pantalla.

Pero es un grandísimo personaje cinematográfico. Y a la hora de juzgar hay que separar el hecho de contar una historia despreciable con ensalzarla. Nadie en su sano juicio saldrá del cine creyendo que Belfort es un hombre de lo más admirable. O, si hay gente que lo haga, lo hará porque ya entró en el cine con ese concepto. La imagen que Scorsese y DiCaprio dan de su protagonista no es nada halagadora, sino todo lo contrario. Es tremendamente crítica, mordaz e irónica. Scorsese planta la cámara ante una bacanal y nos pregunta: ¿a que parecen todos idiotas? Y sí, lo parecen, ellos, ellas, las drogas, los padres que critican pero apoyan silenciosamente, las mujeres que escapan al final, a lo Blue Jasmine, pero que estaban al corriente de todo a lo largo de la historia, los trabajadores que se creyeron más por vestir trajes de miles de dólares, los que sacrificaron su integridad por dinero… Nadie, o casi nadie, se salva aquí de la quema.

Y sin embargo la película es una experiencia descacharrante, frenética, desorbitada, con un director que rueda como el primer día y un protagonista que pedía a gritos desmadrarse en una película. Bien, Leonardo DiCaprio, gracias por concedernos nuestros deseos. Lo que apuntaba maneras en Django Desencadenado, que rodando eso te lo habías pasado pipa, se confirma con la colección de muecas, chillidos, brincos, bailes y discursos que pueblan las tres horas de metraje del Lobo de Wall Street. Un derroche de dramatismo, sí, pero también de comicidad, un tempo que DiCaprio tenía escondido desde los tiempos de Atrápame si puedes. Bienvenido sea el histrionismo de este hombre, si es para esto. Bienvenidas sean sus caras de estupor, drogadicción, sus babeos y sus nudismos si interpreta personajes que provoquen tantas risas como éste.

No sólo de Leo vive Scorsese. Rodeado de grandes actores secundarios, DiCaprio se marca un tándem con Jonah Hill que deja atrás el de éste con cualquiera de sus antiguos compañeros fílmicos. A Hill dan ganas de apalearlo por lo petardo que es su personaje, pero una no puede más que carcajearse ante la estupidez que le caracteriza, el poco conocimiento de ella que tiene, y la maestría de Scorsese para dirigirlo.

Gracias a la imagen de hombre honesto que tiene Kyle Chandler (debida principalmente a su papel como el entrenador Taylor en la serie Friday Night Lights) y a lo tremendamente buen intérprete que es, el intercambio de diálogos entre él y DiCaprio en la cubierta del yate tampoco tiene precio. Como la escena slapstick, es una que merece la pena conservar en la memoria. Igualmente, la comida que comparten su ahora rival en los Óscar Matthew McConaughey y él, en la que el chiquillo Belfort aprende todo lo que hay que saber de Wall Street a manos de su mentor escenifica por qué McConaughey está mejorando su carrera a pasos agigantados (que se merezca el premio de la Academia por delante de su compañero y protagonista es algo bien diferente) y por qué es capaz de no tomarse en serio a sí mismo. También el personaje de Rob Reiner (gran director olvidado y tremendo comediante) ofrece diálogos y escenas memorables, como aquella en la que discute con su hijo la depilación femenina de los tiempos modernos.

Marty no ha perdido ni un poquito de su histérico talento y lo muestra en una obra que está, junto con Inflitrados, entre lo mejor que él y DiCaprio han hecho. Ojalá su protagonista vea reconocido el papelón. Y volviendo a las polémicas, si bien es cierto que Jordan Belfort sigue libre, dando charlas e intentando enseñar a vender bolígrafos, el caso es que moralmente la película le deja por los suelos. Así que si discutimos eso, El lobo de Wall Street también gana.

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