Crítica
Eden (2014), de Mia Hansen-Løve
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La música techno confunde. Confunde la electrónica, el garage, el house, los tres mil estilos que suenan diferentes a aquellos que tienen oído para esas diferencias. Para los demás, todo es igual. A mí, además, es una música que por su ritmo y una predisposición natural me mece en su “chunda chunda” y hace que tenga que salir corriendo de cualquier bar que la pincha a riesgo de quedarme, como alguna vez ha pasado, dormida casi de pie.
Eden, la nueva película de Mia Hansen-Løve (Un amor de juventud, El padre de mis hijos), relata a toda una generación a través de un DJ de garage clásico, un chaval entregado a la música que experimenta un crecimiento durante los 90 y principios del siglo XXI y una caída épica a la vez que lo hace el estilo musical con el que más se identifica. Él es Paul, interpretado por un interesante Félix de Givry, que suma su fracaso profesional, o su éxito profesional, a su vida amorosa, tan llena de baches como el resto, un chico que no se resigna a renunciar a lo que ha querido hacer toda la vida y que ve cómo aquellos a su alrededor crecen y maduran mientras él vive en un perpetuo Nunca Jamás.
Eden es una historia bonita que abarca dos décadas de sueños y realidades con mucha ambición y ganas de resultar generacional. Hansen-Løve, que podía haber firmado aquí su mejor película hasta la fecha, no oculta su implicación personal en la historia y su vínculo con los protagonistas. Así, su hermano Sven, que formó parte del mundillo de los DJs durante los años 90 e introdujo a la realizadora en el mismo, firma con ella el guión. Sin embargo, la pérdida de Eden son sus 131 minutos, un metraje muy extenso para contar algo que, con veinte o treinta minutos menos, hubiese tenido más fuerza.
Si bien hay partes de la película que permanecen, que emocionan y que hacen reflexionar – las relaciones del protagonista con los personajes interpretados por Greta Gerwig, Pauline Etienne y Golshifteh Farahani, son un buen ejemplo, igual que su amistad con Cyril-, hay una sucesión de fiestas y momentos locos en clubes nocturnos que al cabo de un tiempo se confunden y que en ocasiones no hacen nada por avanzar la historia. Hansen-Løve tiene en la personalización de la época su mejor baza, además de entregarle las llaves de la narración a de Givry, que sujeta la película con pulso, pero los bandazos que él mismo va dando en su vida y su propia narración le hacen un flaco favor a la historia, que se estira demasiado y pierde ritmo.
Sin embargo, a pesar de sus más de dos horas, Eden es un relato rodado con una delicadeza estilística propia de su directora, con la sensibilidad de los tiempos, de las pausas y de las elipsis, y con, obviamente, una banda sonora que hace que todos salgamos del cine dando botes a punto para ir de fiesta. Tal vez la mayoría sólo conozcamos a Daft Punk, pero resulta entretenido ver la lucha por el éxito de muchas más voces involucradas en este estilo musical. Si sólo pasase por un nuevo corte…