Casi treinta años

Citizen

Crítica

CITIZENFOUR (2014), de Laura Poitras

Por Claudia Lorenzo

¿Qué hacías tú cuando tenías 29 años? En España, personalmente, lo que básicamente intentamos hacer es buscar un hueco en el mercado laboral para iniciar una vida familiar y mantener un estatus que se nos ha venido dado desde que nacimos en el país.

Edward Snowden tenía 29 años cuando decidió que iba a arriesgarlo todo para darle un vuelco a la historia, para denunciar algo que él pensaba que era injusto. Desde el principio declara en sus conversaciones con Laura Poitras y Glenn Greenwald, periodista de The Guardian, que él no tiene ningún interés en ser el protagonista de la noticia que va a dar, que el protagonismo lo merecen esos documentos que salen a la luz. Sin embargo, en el documental CITIZENFOUR, galardonado con un Óscar en la última edición de los premios de la Academia, es precisamente Snowden el centro de la noticia, es precisamente la historia de cómo un joven de 29 años que tiene todo a lo que aspiramos muchos a esa edad -trabajo, casa, una relación estable, una vida cómoda- cómo, digo, alguien que lo “ha conseguido”, decide renunciar a ello por sacar a la luz una realidad que cree que es más grande que él mismo, por denunciar secretos que cree que merecen saberse.

La película de Poitras ha sido definida como un thriller en la estela de Todos los hombres del presidente y posee el mismo pulso narrativo que muchos de los filmes de ficción que vemos semanalmente. Sin embargo, lo verdaderamente relevante de CITIZENFOUR es la presencia de Edward Snowden, no sólo por el hecho de estar, sino porque se presenta como un tipo ordinario viviendo unas circunstancias que le convierten en extraordinario. La película cuenta cómo es posible que este joven de 29 años decida hacer lo que hizo sin ocultar su identidad, dando la cara, diciendo que da la cara precisamente porque considera que ha hecho lo correcto.

Es comprensible que en la narrativa de nuestra historia el hecho de que un Gobierno tenga secretos no es malo ni perjudicial per se; de hecho, muchas veces es necesario. Pero en el momento en el que el poder se escuda en la necesidad de la seguridad de un pueblo para saltárselo todo, incluido el derecho a la privacidad, y decide inmiscuirse en nuestras vidas sin ningún control por parte de la ciudadanía, esa “libertad” de hacer lo que le da la gana merece la pena denunciarse, merece la pena ser dicha y que la noticia no sea el hecho de que se diga, sino qué ocurre después de que se ha dicho –en el caso de Snowden, la Administración Obama nos rompió el corazón acusándole por delitos de traición-.

Snowden es una figura para estudiar y eso es lo que hace Poitras a partir un relato autobiográfico en el cuenta cómo el analista la contactó en secreto y comenzó a regalarle los detalles de lo que después serían las filtraciones. Poitras se incluye en primera persona en la historia pero nunca sale en cámara, se mantiene como el ojo que todo lo ve y que sirve de identificador al espectador: está ahí en la habitación con él mientras van pasando los días, mientras las reacciones se suceden y la paranoia aumenta. Es sorprendente la decisión que en todo momento mantiene el protagonista, decisión que sólo se quiebra en una charla con su novia, a quien había mantenido ajena a todos sus planes, y es impresionante cómo decide enfrentarse a las consecuencias y evitar que otros a su alrededor, compañeros, amigos, familiares, sufran sus actos. Es también admirable observar cómo él cada vez es más consciente de lo que ha hecho, cómo intenta convencer a los periodistas de la masiva violación de derechos humanos que está denunciando y cómo esa decisión le mina poco a poco.

No es un documental para intentar explicar las filtraciones ni para intentar aclarase en medio del maremágnum de documentos volcados, de los descubrimientos de la prensa y, desde luego, no es un documental para entender los programas informáticos ni la encriptación necesaria para lograr mantener una conversación segura en Internet.

Pero es un documental que plantea muchas cuestiones, que hace que nos preguntemos si es justo que un periodista tenga que investigar con unos altos niveles de protección informática para no ser incluido en la lista negra por parte de los gobiernos de Estados Unidos y compañía. Es interesante preguntarse hasta qué punto, en el momento en el que alguien menciona una palabra en un e-mail, una conversación o un mensaje, tiene el gobierno derecho a, precisamente por esa palabra y en aras de la lucha contra el terrorismo, pincharle las comunicaciones a ese ciudadano. Es un documental para rescatar un personaje que no quería ser protagonista en ningún momento, pero que por lo que hizo se convirtió en ello.

Y es un documental para pensar qué hacíamos nosotros cuando teníamos 29 años. Porque opinemos lo que opinemos de Snowden, al menos sabemos que este hombre simplemente hizo aquello en lo que creía.

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