
Michael Cimino y Kris Kristofferson durante el rodaje de Heaven’s Gate (1980)
¿En qué momento se jodió Hollywood?
Odicho de una forma menos peruana ¿qué ocurrió entre 1978 y 1982 para que en ese breve periodo de tiempo pasáramos de estremecernos con Mike Vronsky y Nick Chevotarevich jugándose la vida a la ruleta rusa en un infecto campo de prisioneros vietnamita, a abochornarnos con los diálogos entre el coronel Trautman y John Rambo?
Lo que ocurrió tiene nombre y apellido: Michael Cimino (Nueva York, 1939- Los Ángeles, 2016). La destilación última del New Hollywood. El paradigma del director omnipotente, del ensoberbecimiento cinematográfico, el arquetipo de que tan bien describió Peter Biskind, incluso por encima de sus colegas Coppola, Scorsese o De Palma…con una sola particularidad con respecto a ellos: cuando la megalomanía y el ego de aquellos les arrastró a la ruina, al fracaso o al descrédito, tuvieron donde asirse. Cimino se quedó solo. Y ese desamparo fue aprovechado por la industria cinematográfica para quebrar para siempre una nueva manera de entender el cine que había puesto patas arriba el tradicional equilibrio entre directores y productores y la ya periclitada gestión del negocio por los grandes majors.

John Voight , Jane Fonda y Michael Cimino. 1979
Tras la gloria y la lluvia de millones generados por los gloriosos Padrinos, Apocalypse Now (1979) iba a ser un exótico rodaje de tres semanas en la provincia de Aurora y en el río Pagsanjan de las Islas Filipinas, convirtiéndose sin embargo en una pesadilla de tres años, sobrecostes descabalgados, kilómetros de celuloide, infartos de miocardio, adicciones de toda índole, odios africanos entre divos y bancarrotas varias; la Palma de Oro que Scorsese obtuvo en 1977 por Taxi Driver le hizo sentir tan omnipotente que fue incapaz de medir su siguiente proyecto, y claro, New York, New York (1977) se convirtió en su particular Vietnam; el versátil John Landis, tras su pelotazo con Animal House (1978) se estrelló en taquilla al ritmo de Everybody needs somebody to love; Spielberg dilapidó treinta y cinco millones de dólares de la Universal en una fallida comedia ambientada en la II Guerra Mundial…pero sólo Cimino fue sacrificado en el altar de los réprobos por su ciclópea Heaven’s Gate (1980), aplicándosele con inusitado rigor una de las máximas de Hollywood: vales lo que tu última película.
Y lo peor no fue eso, lo trágicamente irreversible fue que con él se vio truncada una generación de superlativos e irrepetibles cineastas como Friedkin, Schrader, Bogdanovich, Ashby o Altman , al tiempo que otros como Coppola, Penn o Nichols tuvieron que adaptarse a una rutina alimenticia en la mayoría de los casos perfectamente olvidable. Scorsese, por fortuna, aun nos tenía reservadas para la década de los noventa y para ayer mismo, algunas obras maestras más.
La sismicidad que para la industria del cine supuso Heaven’s Gate fue asimismo devastadora para el propio Cimino, tanto en el plano personal como profesional. Su abominable mutación física en una suerte de Camilo Sesto norteamericano creció en paralelo a proyectos frustrados que se fueron encadenando uno detrás otro.
The Deer Hunter (1978) le valió a Cimino el calificativo de reaccionario y fascista. Dos años después era un peligroso criptomarxista por el western social que hizo quebrar a la United Artists, coincidiendo por cierto con la llegada a la casa Blanca del paladín del anticomunismo y con él una de las décadas más ominosas para la historia del cine, con subproductos patrióticos (Rambo y sus secuelas, Top Gun), blockbusters en positivo (Indiana Jones, Back to the Future), priorización del estruendo y la brocha gorda (Die Hard), el traslado del videoclip a la pantalla grande o la recuperación del softporn con ínfulas (Flashdance, Nine ½ Weeks).

Cimino y De Niro durante el rodaje de The Deer Hunter
Durante aquellos años en los que se elevó a categoría de intocables a los directores en Hollywood –de entonces es el sintagma director’s cut-, los productores –irresponsables e ignorantes- ponían su disposición presupuestos absolutamente delirantes y firmaban contratos en los que se explicitaba la facultad del director para sobrepasar el límite de gasto. Cimino hizo uso de esa cláusula con holgura en Heaven’s Gate: encargó la construcción e instalación de un sistema de riego subterráneo, de forma que la hierba, durante la batalla, se mantuviese con el tono verde adecuado cuando la sangre se vertiera sobre ella; la secuencia en la que Kris Kristofferson se despierta tras la borrachera y maneja el látigo ante un grupo de hombres, requirió de 52 tomas que supusieron un día entero de trabajo sólo para ese plano; finalmente, una vez iniciado el rodaje, Cimino consideró que la distancia entre los edificios construidos y que personalmente supervisó, no era la correcta, a pesar de haberse confeccionado según sus milimétricas instrucciones, suponiendo ello un sobrecoste de 1.2 millones de dólares. Un dispendio pornográfico que, por cierto, recuerda extraordinariamente a la Gran Recesión que venimos sufriendo desde 2007. Intercambien productores irresponsables por directivos de entidades financieras sin escrúpulos y sustituyan presupuestos desorbitados por hipotecas basura. El razonamiento era igual de diabólico en uno y otro caso: al mismo tiempo que se inundaban los estudios/los domicilios de dinero, se reprochaba a los directores/ciudadanos el haber vivido por encima de sus posibilidades.
La pérdida de influencia de los directores en los grandes estudios facilitó la irrupción de un cine infantiloide, falazmente optimista, estúpidamente violento y completamente vacuo que ha llegado hasta nuestros días colmando de inanidad las salas de cine.
La sismicidad que para la industria del cine supuso Heaven’s Gate fue asimismo devastadora para el propio Cimino, tanto en el plano personal como profesional. Su abominable mutación física en una suerte de Camilo Sesto norteamericano creció en paralelo a proyectos frustrados que se fueron encadenando uno detrás otro. Desde la redacción del guión de The Dogs of War (Irvin, 1980), del que fue apartado, hasta The Dead Zone (1983), para la que fue elegido originalmente para dirigirla hasta que Stephen King cambió de opinión y colocó al inquietante Cronenberg, pasando por el inacabado biopic de Janis Joplin o el nonato proyecto con Raymond Carver sobre la vida de Fiódor Dostoyevski. No obstante, el golden boy de Long Island aun fue capaz de filmar cintas tan poderosas como su audaz relectura de Desperate Hours (1990), el clásico de Wyler o la estupenda Year of the Dragon (1985) por la que, esta vez, le tildaron de racista por el tratamiento dado a los vecinos de Canal, Bowery, Worth y Baxter. Fascista, marxista y racista. The Deer Hunter, Heaven’s Gate y Year of the Dragon. Alucinante.

Heaven’s Gate (1980)
Cimino y su bíblico fracaso cambiaron la historia del cine. Y la cambiaron desde múltiples puntos de vista: sirvió de excusa perfecta para liquidar a los osados directores que pretendían tomar los mandos de una industria estratégica para la economía de los Estados Unidos y esencial para el mantenimiento de su hegemonía cultural, quebrándose así las carreras de extraordinarios cineastas como Bogdanovich –más tiempo para escribir sus fantásticos libros o para ser la caústica pareja de la Dra. Melfi en Los Sopranos– o Friedkin, amansando a fieras como De Palma o Coppola y desequilibrando las filmografías de genios como Scorsese. Además, facilitó la irrupción de un cine infantiloide, falazmente optimista, estúpidamente violento y completamente vacuo que ha llegado hasta nuestros días colmando de inanidad las salas de cine.
En 2002 le preguntaron si tenía previsto revisar la toscamente manipulada Heaven’s Gate. «I’m not revisiting the past, like Francis Ford Coppola, re-cutting “Apocalypse Now” 29 times. Why do you think Francis is re-cutting Apocalypse? He’s dried up. I’m going forward; he’s going backward.» Afortunadamente cambió de opinión y cuando en 2012 The Criterion Collection nos permitió disfrutar de los 216 minutos del film de la versión original, pudimos apreciar que además de hacer saltar por los aires a una generación completa de cineastas, un talentoso pero excesivamente voluntarista movimiento cinematográfico y de inmolarse a sí mismo, Cimino consumó una absoluta obra maestra que cobra todo su sentido épico, reivindicativo y onírico que le fue sustraído tras su salvaje amputación en 1980.
Cuando en 1979 The Deer Hunter lo primero que dijo fue: «Thank you Michael», después se lo dedicó de nuevo a Michael Cimino, dio las gracias a los miembros de la Academia y finalmente se lo agradeció también a «Mr. Robert de Niro». Veinticuatro segundos –no como las inacabables ñoñeces que ahora padecemos-. Mi epitafio será aún más breve: su sacrificio nos redimió a todos. Cimino tiene las puertas del cielo abiertas de par en par.
«Si los ricos pudiesen pagar a otros para morir por ellos,
los pobres se ganarían decentemente la vida»
Heaven’s Gate (1980)