Cine y política en el devenir de los EEUU

Daniel Day-Lewis en Lincoln (2012)

Daniel Day-Lewis en Lincoln (2012)

Cine de alto contenido político en la historia de los EEUU

Por Paco Montalbán
“Se puede engañar a todos alguna vez, o engañar a algunos siempre, pero no se puede engañar a todos siempre”

Esta frase del presidente Abraham Lincoln, unida a la de uno de los padres de la patria, James Madison “We, the people –nosotros, el pueblo”- podrían marcar el devenir de la política norteamericana a lo largo de su, todavía, corta historia. Políticos sin escrúpulos, grupos de interés o funcionarios corruptos, apoyados por algunos medios de comunicación de masas, han tratado de anteponer sus inconfesables intereses a los de la mayoría pero, el funcionamiento del sistema democrático los ha acabado expulsando. Desde su independencia como colonias británicas en 1776, la sociedad norteamericana se basa en la primacía de los derechos individuales en el contexto del respeto profundo a la soberanía popular. Es la única en el mundo que nació como una democracia y con un compromiso ineludible de libertad. A lo largo de su historia ha sabido capear distintas crisis, como la llegada masiva de inmigrantes desde Europa, la expansión hacia el Oeste, la abolición de la esclavitud, la Guerra de Secesión, su intervención en las dos guerras mundiales, el crack bursátil, la obsesión anticomunista, la segregación racial, los altibajos de la guerra fría, el desafío de la contracultura hippie, la guerra de Vietnam, el procesamiento de su presidente y, últimamente, la abierta lucha contra el fundamentalismo islámico. Estos conflictos han durado más o menos tiempo, pero de todos ellos la salud del sistema democrático, basada en la independencia de los tres poderes, ha salido fortalecida por la acción de esta pragmática sociedad sin perder los principios fundacionales.   

El cine ha reflejado, como ningún otro arte, el devenir de la política a lo largo del tiempo en una serie de producciones que afrontan su variada complejidad. Desde que en los 1910’s se creó la industria cinematográfica en California, las películas no han parado de contar la historia política norteamericana; basta el dato de que en 1915 Louis B. Mayer produjo el primer film con lenguaje cinematográfico propio El nacimiento de una nación que, dirigida por D. W. Griffith, trata sobre la Guerra de Secesión. Una muestra de las películas más representativas en las que el hilo conductor es la política, se comenta a continuación por orden cronológico de la época en que transcurre la acción.

Abolición de la esclavitud

Abraham Lincoln presidió los EEUU en el periodo 1961-65, y bajo su mandato se desencadenó la Guerra de Secesión (1861-65). En el verano de 1862 estaba convencido de que la Unión estaba a salvo y se había propuesto que todo el pueblo norteamericano, tanto los blancos, como los negros, fuera libre; la Proclamación de Emancipación fue su primera ley, que promulgó en septiembre de 1862. La esclavitud mantenía la economía de los Estados del Sur que comerciaban con el algodón y el tabaco con el resto del mundo y los cuatro millones de negros que trabajaban esas plantaciones eran esenciales como mano de obra barata y adaptada al clima.

Lincoln (2012). Tras cuatro años de guerra, el presidente Lincoln (brillante Daniel Day-Lewis) quiere introducir la , para abolir la esclavitud, pero ni el partido Demócrata, ni el ala Radical del Republicano que preside, están dispuestos a ello. El problema jurídico era peliagudo ya que si la abolición no se incluía en la Constitución, una vez que acabara la guerra, los Estados del Sur podían derogarla. La aprobación de una Enmienda a la Constitución requiere el voto favorable de las dos terceras partes del Congreso y Lincoln tenía la mayoría en el Senado, pero le faltaban 23 votos en la Cámara de Representantes. Mientras Lincoln trata de convencer al ala radical de su partido, envía a un equipo a negociar con los demócratas que se iban a quedar sin escaño en la siguiente legislatura. Mientras tanto la guerra continúa y la enmienda es utilizada como baza para terminar el conflicto. “No creo en la igualdad de las cosas, sino en la igualdad ante la Ley”, fue el argumento que esgrimió el ala radical para otorgar el sí. Dirigida por Steven Spielberg, todo es política en esta película que transcurre en los dos últimos meses antes de la votación y se nutre de escenas con largas reuniones entre el presidente y sus secretarios de Estado y debates con los senadores acerca de la cuestión, pero también de las relaciones entre el presidente y su esposa Mary Todd –a la que nunca amó- y su hijo. Predominan las escenas de interior con una luz tenue procedente de las velas, candelabros, quinqués y chimeneas durante la noche, o de los ventanales de día, con efectos de claro-oscuro muy acusados.

Como es habitual en sus films, Spielberg cuida todos los detalles como el vestuario de época, los rostros barbados, algunos con peluca y los sombreros de copa alta, debatiendo, fumando, escupiendo o mascando tabaco. Algunas escenas de recepciones, o en la ópera, o en discursos, rompen los continuos debates en los que el Presidente cuenta anécdotas curiosas para aproximar la solución a los problemas. La votación -nominal y en voz alta al pase de lista por el Secretario- en el Congreso que se vive, no sólo allí, sino también en los ejércitos del frente -con los resultados transmitidos por el telégrafo a medida que se van produciendo-, constituye la escena clave, claramente inspirada en Tempestad sobre Washington que más adelante se comenta. “Aprobada por la corrupción del hombre más puro de América” sostuvo el senador Stepehn (Tommy Lee Jones) cuando acabó el recuento. La muerte de Lincoln es un cuadro tenebrista con la palidez cerúlea de su rostro y su pijama contrastando con las levitas negras de los médicos y amigos que le atienden. Daniel Day-Lewis obtuvo el Óscar al mejor actor. La XIII Enmienda fue ratificada por la mayoría de los estados a lo largo de 1865.

 La caza de brujas y el inicio de la televisión

Durante los años 1930-40, agentes comunistas se habían infiltrado en diferentes niveles del gobierno de los EEUU. El espionaje de secretos nucleares permitió a Stalin fabricar la bomba atómica, y la investigación posterior acabó con la condena de  , relacionados con el Partido Comunista. El senador por Wisconsin Joseph McCarthy exhibió una lista en la que figuraban “todos los hombres, 205, del Departamento de Estado que eran miembros activos del Partido Comunista y miembros del círculo de espionaje”. En 1947 en una reunión con los productores de Hollywood, se elaboró una lista negra de presuntos comunistas que incluía directores, productores y guionistas, a las que se añadieron 324 personas más en años posteriores. La conciencia de que esta “caza de brujas” ponía en peligro la esencia de la democracia se iba extendiendo entre la clase política y en 1954, bajo la presidencia de Eisenhower, McCarthy fue finalmente censurado por el Senado acusado de “conducta impropia” por la forma en que había dirigido la investigación.

En esa misma época, la televisión comenzaba su andadura como un medio de comunicación de masas relevante y su cobertura se iba extendiendo rápidamente en todo el territorio. La campaña presidencial de 1948, donde salió elegido Truman, fue la primera en la que se televisaron las convenciones de los partidos pero, en aquél año sólo había 20 000 hogares con televisión. Las transmisiones transcontinentales de televisión comenzaron en 1951 y desde entonces, su poder sobre la política y su influencia sobre la sociedad ha sido creciente.

David Strathairn

David Strathairn

Buenas noches y buena suerte (2005). Nueva York 1953. El director de informativos y presentador de la cadena de televisión CBS, Edward R. Murrow (David Strathairn) y su productor Fred Friendly (George Clooney) libran un pulso con el senador McCarthy que había desatado la campaña de caza de brujas acusando de comunista a cualquiera que cuestionase el régimen norteamericano. La noticia de que un oficial de origen serbio había sido expulsado del Ejército por su origen y sin juicio, desencadena la tensión entre la cúpula militar, el senador y la CBS, cuyo presidente, en principio, apoya a Murrow, aunque muchas empresas patrocinadoras del programa trabajan para las Fuerzas Armadas. Las amenazas de la cúpula no impiden la emisión del reportaje, y McCarthy orquesta una campaña en contra de Murrow –a quien acusa de ser miembro del partido comunista-, quien responde a través de nuevos programas dedicados a él y a sus audiencias manipuladoras. Todos los miembros de su equipo son investigados pero, a su vez, el Senado llama a declarar a McCarthy. “Acusar no es demostrar y una sentencia depende de las pruebas y del debido proceso judicial”. Las tensiones entre los políticos y la prensa libre, la necesaria rentabilidad que tiene que tener ésta para seguir siéndolo, y la función de la incipiente televisión –pedagogía y no sólo entretenimiento- son los temas sobre los que gira esta película en blanco y negro. Dirigida por George Clooney y con un guión muy medido, conciso y contenido, plasma con precisión el ambiente de mediados de los cincuenta, con la adicción al tabaco, los trajes y camisas blancas con corbatas serias, el pelo muy corto, las gafas de pasta, las máquinas de escribir, los rollos de película para los videos o los sonidos de la redacción. Un estilo de primeros planos de los rostros, claroscuros, tomas laterales –incluso cuando están emitiendo por la TV-, el ambiente de humo y tabaco, la música de jazz en directo en el estudio de la TV y las imágenes reales de discursos de McCarthy en el Senado, aporta credibilidad a esta película que refleja el pulso entre la política y la libertad de prensa y los patrocinadores de los medios de comunicación.

La guerra fría

Aliados durante la II Guerra Mundial hasta acabar con la Alemania nazi, los EEUU y la URSS tenían visiones contrapuestas sobre la sociedad y su forma de organizarse –economía de mercado versus planificada; propiedad privada, frente a la propiedad el Estado; libertad individual contra partido único y, en definitiva, democracia frente a dictadura-, y desde el 1948 comenzaron a enfrentarse con el bloqueo de Berlín. El mundo se dividió entre la sociedad libre occidental y el bloque soviético del Telón de Acero. Los afanes expansionistas de los soviéticos debían ser frenados por la política norteamericana y para ello nada mejor que la disuasión nuclear. Pero cuando en 1949 Stalin consiguió fabricar la bomba atómica, se desencadenó la carrera nuclear, de tal forma que cualquiera de los bloques podía destruir el planeta varias veces. Los misiles balísticos con cabezas nucleares podían estacionarse en bases fijas o trasladarse en submarinos atómicos, con lo que la amenaza se extendía por todo el planeta. La política de coexistencia pacífica acabó imponiéndose pero el mundo estuvo en peligro real de sufrir una guerra nuclear.    

Henry Fonda en Tempestad sobre Washington (1962)

Tempestad sobre Washington (1962). La nominación de Robert Leffingwell (sobrio Henry Fonda) por el Presidente de los Estados Unidos para ocupar la Secretaría de Estado –el equivalente a Ministro de Asuntos Exteriores- levanta ampollas entre la oposición, pero también en un sector de su propio partido liderado por el senador Seab Cooley (enorme Charles Laugthon). Leffingwell es un intelectual que postula la coexistencia pacífica con los comunistas de la URSS en plena guerra fría y sus críticos consideran que esta política puede poner en peligro el estilo de vida norteamericano y sus libertades. Su nombramiento tiene que ser aprobado por el Senado y el portavoz del partido mayoritario (grande Walter Pidgeon) elige para presidir el Subcomité que va a investigarlo al joven e idelista senador Brig (Don Murray). Pero para estimular la aprobación de Leffingwell, el joven e impulsivo senador Van Ackermann entra en acción chantajeando a Brig con su pasado inconfeso en Hawai, lo que desestabiliza la situación. La escena final con el recuento de los votos en el Senado -donde el portavoz ha dado libertad de voto a los miembros de su partido- que se sigue también –vía radio- en la Casa Blanca, cierra con broche de oro esta obra maestra. Película en blanco y negro rodada en el Senado y en la Casa Blanca que refleja la política en estado puro allí donde se hace, en una de las dos cámaras del sistema legislativo norteamericano que componen el Congreso. Describe el Senado con sus procedimientos y protocolos de acción –quorum, favorables y contrarios, turnos de palabras, la presidencia, el inicio de las sesiones con una oración por el capellán, las votaciones nominales en voz alta, etc.-. Sorprende la capacidad de los senadores para articular discursos -de alto contenido político- sobre la marcha y ante situaciones imprevistas; intervenciones sin papeles; el escaso número -en comparación con España- de senadores -dos por estado, o sea, cien- para un país tan vasto y habitado; la experiencia frente al impulso juvenil; la toma de decisiones sobre la marcha ante temas inesperados; el ambiente fuera del Capitolio. Con una estructura narrativa lineal, plasma el ambiente de los años sesenta con los trajes, sombreros, adicción generalizada al tabaco, bebidas, grandes mansiones y cochazos, en donde la presencia de la mujer se relega practicamente a la función de esposa –solo hay una senadora, la de Kansas-, en planos de conjunto con conversaciones a varias bandas y elegantes movimientos de cámara para encuadrar el espacio político del hemiciclo. El talento de Otto Preminguer queda reflejado, especialmente, en la capacidad de transmitir al espectador la tensión y el agobio al que se ve sometido Brig (gran interpretación de Murray) y en la soledad de Van Ackermann cuando es descubierto y repudiado por todos los miembros del Senado, en dos gestos con intencionados encuadres: “Afortunadamente nuestro país siempre puede sobrevivir a patriotas como tú”. Cuando todos tenemos algo que ocultar, podría ser un resumen de su trama. 

Siete días de mayo (1964). Washington 1964. El presidente del Estado Mayor de los EEUU, general Scott (Burt Lancaster), está en contra del tratado con la URSS sobre reducción de armas nucleares; cree que los soviéticos no cumplirán los compromisos y que el Presidente Lyman (Frederich March) pone en peligro la supervivencia de los EEUU y sus libertades si firma el tratado. El ayudante de Scott, el coronel Casey (Kirk Douglas) sospecha que está en marcha una conspiración en la que están implicados los altos mandos militares excepto el almirante de la flota. Informado por Casey, el presidente articula una estrategia para neutralizarlo. Rodada en blanco y negro, esta película de alto voltaje describe en detalle la trama golpista: un tratado que los soviéticos no van a cumplir y que desarmará a los EEUU; una base militar secreta en El Paso de control de comunicaciones, de la que ni el presidente ni el departamento del Presupuesto están informados; unas maniobras militares de alerta en el Monte Thunder en la que estarán todos los mandos conspiradores, los senadores afines y el presidente sólo, sin la prensa; un general jefe de Estado Mayor aclamado por una parte del Senado y apoyado por un sector importante de la población civil y de los medios de comunicación de masas; y todo ello con el objetivo de neutralizar a los soviéticos por la vía armamentística. Película que trata del conflicto entre la democracia con la defensa de la Constitución y la dictadura militar; entre la confrontación armada y la coexistencia pacífica –“El enemigo es la era nuclear, no el general Scott”, sostiene el presidente. El director Frankeheimer inicia el film con un redoble de tambores que presagia el conflicto militar; introduce la cámara al hombro al rodar las escenas de las manifestaciones frente a la Casa Blanca entre los partidarios y detractores del tratado; se adelanta al skype en la conversación Lyman-Scott por televisión y con un micrófono de audio; estructura la narración con abundantes primeros planos, picados y contrapicados –en función de la moralidad del personaje- y describe muy bien la época con el tabaco y el whisky como acompañantes imprescindibles de las conversaciones, y en el orden militar con la disciplina, los mensajes cifrados, informes, dosieres, conducto reglamentario y las nuevas tecnologías de grabación y exposición de la época. Diálogos afilados, narrativa cortante y plena de detalles que el espectador debe captar para seguir la trama, se concretan de forma eficaz en la escena de la reunión del presidente con Casey -toma lateral con la cámara a la altura del presidente sentado que le pide que hable claro y Casey de pié gira su cabeza y responde “creo que hay una conspiración en marcha para derrocar al gobierno”, que resulta de alto nivel expresivo; o la de la entrevista del presidente con Scott que marca la diferencia entre las libertades y el atajo de la conspiración para conseguir el poder –“si quiere aplicar su política, preséntese a las elecciones” le espeta Lyman a Scott-, resumen la filosofía de esta imprescindible película, que cuenta con un reparto excepcional y en la que Ava Gardner pone la guinda entre el general golpista y el militar leal. 

Con el transcurso de los años, la televisión se convierte en el medio de comunicación de masas por excelencia y todo cambia. El lenguaje televisivo es diferente del radiofónico y del de la prensa escrita, lo que requiere un proceso de aprendizaje para dominar el medio. Vestuario, gestos, maquillaje, ritmo al hablar, pausas valorativas, miradas o repeticiones subliminales del mensaje programado, son captadas por las cada vez más numerosas cámaras y ángulos de filmación, puestas al servicio de la pequeña pantalla, que se cuela en los hogares de millones de electores y que van a decidir su voto por algún nimio detalle que capte de la televisión. porque eligió un traje azul marino y corbata también azul sobre camisa blanca, que daba mejor ante las cámaras que el vestuario de su adversario, quien además sudada por la comisura del bigote. Nixon declaró que si hubiera sido por la radio él había ganado el debate, pero que la televisión, con sus acercamientos, crea otro significado de las cosas.

La entrevista como combate

El desafío: Frost contra Nixon (2008). San Clemente (California), marzo de 1977. Tres años después de su salida de la Casablanca por el caso Watergate, el expresidente Nixon (excelente Frank Langella) quiere lavar su imagen y concede una única entrevista –se había mantenido en silencio desde entonces- a David Frost (Michael Sheen) un presentador televisivo de programas de variedades que no dominaba la entrevista política, pero que triunfaba en EEUU, Inglaterra y Australia. Tras una acelerada, ágil y un poco confusa introducción del caso Watergate –con entrevistas y flashes de la investigación y declaraciones con imágenes reales de la investigación del Senado-, el presidente Nixon es obligado a dimitir y se retira a su casa de California a escribir sus memorias. Frost para la entrevista necesita un equipo de asesores entre los que se encuentra el productor, un periodista experto en TV y un profesor de universidad que ha estado un año estudiando a Nixon y no era partidario de su política. Nixon, hombre hecho a sí mismo y auténtico estadista, también dispone de su equipo y la entrevista se graba en cuatro días, con dos horas de duración al día, y se pacta que versará sobre cuatro temas: política exterior, política interior, Nixon el hombre y Watergate. Con estas premisas, la entrevista se plantea como un combate entre ambos protagonistas en el que uno quiere obtener una confesión de culpabilidad del presidente y éste la reconstrucción de su reputación para seguir siendo presidenciable; con un coste de dos millones de dólares y un elevado elenco de recursos humanos, materiales y técnicos, publicistas y especialistas en comunicación, en la entrevista se trataba de aclarar si Nixon mintió a la nación, o no, y si podía regresar a la escena política impoluto. Tácticas, estrategias de comunicación, cuestionario, orden de las preguntas, énfasis en la entonación, miradas, gestos, sudoración, silencios, desenfoques en la mirada, vacío, soledad, todo está al servicio de la pantalla que -a través de varias cámaras y planos- registra y emite el más mínimo detalle que puede ser decisivo para el mensaje al tele-espectador. Dirigida por Ron Howard y basada en la obra de teatro de Peter Morgan, la película obtuvo cinco nominaciones al Oscar y, aunque no ganó ninguno, cuenta con la extraordinaria interpretación de Langella. 

Cuando un político no tiene nada que perder

Bulworth (1998). California, 1998. El senador demócrata Jay Bulworth (disparatado Warren Betty) emprende la campaña para su reelección pero, desencantado de la vida y arruinado por una operación financiera, decide contratar a un asesino a sueldo para que le mate, pero después de suscribir una póliza de 10 millones de dólares. Emprende una loca carrera y, por una vez en su vida, decide ser políticamente incorrecto y decir lo que piensa de los poderes fácticos, con un estilo a ritmo de rap; de esta forma, pone el foco de su simpatía en el colectivo negro, mientras que, en los mítines, denuncia a la prensa y su poder mediático, a las propias empresas que financian su campaña, a los judíos que controlan el cine, a las empresas aseguradoras y a las del petróleo, y todo lo hace a un ritmo desaforado y con una conducta estrafalaria. Pero, sorprendentemente, esta sinceridad, en contra incluso de su propio partido, le hace tener éxito, da un vuelco a su carrera y gana la reelección, acompañado de su nueva amiga negra (Halley Berry) de la que se ha enamorado. Película desternillante y a ritmo vertiginoso, profundiza en los entresijos de las campañas electorales, con sus mítines, pasacalles, discursos, videos familiares con relaciones ideales, reuniones para recaudar fondos, intereses cruzados entre los patrocinadores de las campañas y las políticas a seguir una vez consumada la elección. Dirigida por el propio Warren Betty, la película cuenta con la fotografía de Vittorio Storaro -habitual colaborador de Bertolucci- y la música de Ennio Morricone, lo que da idea de las ganas de hacer bien el film que tenía el director. Las diferencias entre la política real y la que se cuenta a los electores, las relaciones entre el poder político y las empresas financiadoras de las campañas, así como la hipocresía que cubre las relaciones personales y familiares de los candidatos, son los temas de este divertido y dinámico film que en España pasó desapercibido. Obtuvo varias nominaciones en el Oscar, en los Globos de Oro y en el festival de Venecia.   

En los noventa el proceso electoral se hizo más complejo y no sólo había que ganar al adversario, sino también a los medios de comunicación. El equipo de asesores se fue haciendo cada vez más numeroso y, además del jefe de prensa y de la asesora de vestuario y maquillaje, se requería investigadores que hurgasen en el pasado del rival y aportasen datos que los descalificasen y redactaran dosieres amenazantes para el adversario. Todo se estudia y se prepara: las preguntas posibles; las respuestas adecuadas en función del momento; gestos; consejos; tácticas, estrategias; todo para trasmitir determinadas sensaciones acorde con lo que los votantes quieren ver o escuchar; aparente sinceridad; todo está dirigido para que la cámara de la televisión, la prensa escrita o la radiofónica trasmitan el mensaje de la forma más eficiente para subir en las encuestas. Lo que se debe decir y el momento de decirlo, lo que se debe esconder o evitar, el énfasis en acentuar determinados puntos del programa o debilidades del rival, todo ello está orquestado por el todopoderoso jefe de campaña que es una figura que se ha impuesto y que no tiene que ser necesariamente del partido, sino un profesional que hace su trabajo aunque vote al partido contrario.     

Adversarios, enemigos y… compañeros de partido

Los idus de marzo (2011). El gobernador Morris (George Clooney) del estado de Ohio está en campaña electoral para las primarias presidenciales del Partido Demócrata en pugna con Pullman, el otro candidato. Morris cuenta con un equipo de asesores entre los que destacan el jefe de campaña Paul (Philip Seymour Hoffman) y el jefe de prensa Steve (Ryan Gosling), mientras Pullman cuenta con Tom (Paul Giamatti) como jefe de campaña. Mítines, encuentros o cenas de recogida de fondos, son cuidadosamente seleccionados para captar votantes y hasta el más mínimo detalle de los atriles, la iluminación o el sonido, son controlados por el equipo, quien también interviene en el diseño de las tácticas y las estrategias con el candidato. Las encuestas dan ganador a Morris por lo que Tom se inventa una maniobra desesperada: fichar al jefe de prensa de Morris, además de intentar captar al senador Thompson quien controla varios delegados. Pero un lío de faldas convenientemente manipulado puede trastocar todos los planes. Dirigida por el propio George Clooney la película narra la vida íntima de las campañas electorales y de los acuerdos, mentiras y renuncias para conseguir el poder. Las relaciones de los políticos con la prensa, el efecto de los dosieres, la teoría de juegos, la capacidad en las negociaciones y la gestión de la información -verdadera o falsa-, marcan el devenir de las cosas. La interpretación que hace el gobernador del chantaje es correcta, pero no está del todo seguro porque –“el secreto más poderoso es el secreto vacío”, tal y como sostiene el semiólogo italiano Umberto Eco-. El film cuenta con el estilo Clooney de primeros planos, conversaciones a corta distancia, tomas e iluminación laterales, y logra escenas notables como la del despido del jefe de campaña –coche tomado en un plano general con la cámara fija, entra en el coche, unos instantes, se abre la puerta, baja y el coche arranca-, o el primer plano de Steve en el interior de su coche con la lluvia sobre el cristal y él escuchando los mensajes de voz de su móvil, con la desolación en su cara-. Una película que se mueve entre el thriller y el drama.

En la actualidad, la cuestión se complica aún más con la aparición de las redes sociales. A los miembros del equipo hay que incorporar ahora a un asesor más, que es el especialista en facebook y twitter para que envíe los mensajes reducidos a 140 caracteres. Con este medio de comunicación se debe ser muy cuidadoso ya que cualquier escrito, fotografía o video puede ser visto por millones de potenciales votantes en décimas de segundos y, como la propagación del mensaje es exponencial, puede llegar a convertirse en trending topic y generar un efecto contrario al buscado. Ya han sido varios los políticos que, avergonzados, han tenido que dimitir por no dominar este medio al convertirse en tonting topic.

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