Crítica
Ciutat Morta (2014), de Xavier Artigas y Xapo Ortega
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Todo en Ciutat Morta recuerda a una frase de En el nombre del padre en la que el personaje de Daniel Day-Lewis le dice al de Emma Thompson que si alguien contase su caso, nadie lo creería. Me viene constantemente a la cabeza la película de Jim Sheridan a la hora de hablar del documental español porque ambas comparten ciclo en el Café Kino y también comparten temática: la indefensión del ciudadano no ya ante los poderes altos, sino ante el sistema que se supone justo y protector pero que falla.
Ciutat Morta nace del 4F, una noche en la que la guardia urbana barcelonesa acudió a desalojar una fiesta con decenas, probablemente centenares de personas, en una casa okupada. Según las primeras versiones oficiales, una maceta caída de una de las ventanas impactó en la cabeza de uno de los policías, que no llevaba casco puesto. Con este hombre herido, sus compañeros se dispusieron a efectuar detenciones. Tres jóvenes de origen sudamericano, Rodrigo, Juan y Alex, que se encontraban en la calle, no en la casa, fueron detenidos, llevados a comisaría y torturados. Posteriormente la guardia urbana los trasladó al Hospital del Mar a que les efectuasen curas y allí detuvieron a dos personas más, que iban vestidas de forma “sospechosa”, Patricia y Alfredo. Ciutat Morta se centra sobre todo en Rodrigo, Juan y Patricia.
Tras la detención, dos años a la espera de juicio que Rodrigo pasa en prisión preventiva. En el juicio, una de esas farsas que estamos acostumbrados a ver en las películas de ficción pero no en documentales de cosas que ocurren a la puerta de casa, son declarados culpables pero condenados a tiempos breves en prisión que no cumplen, quedando la mayoría en libertad condicional. Tras ello, los acusados apelan al Tribunal Supremo, esperando que les declare inocentes. El Supremo, en cambio, ratifica su culpabilidad y aumenta la condena, ante lo que muchos tienen que entrar en la cárcel. Patricia es internada en una prisión para mujeres, y a los tres meses sale en tercer grado. Poco después de quedar en libertad, se suicida. Rodrigo, que sale de la cárcel en diciembre de 2012, sigue luchando por demostrar su inocencia.
Si el caso sólo denunciase la brutalidad policial o la corrupción en el seno de las supuestas fuerzas del orden, que deben proteger a los ciudadanos, sería como para montar en una cólera de esas que nunca acaban. Pero lo que revela Ciutat Morta, igual que revelaba, reitero, En el nombre del padre, es que el caso afecta a muchos más estamentos, hasta pervertir el propio sistema con el objetivo de tapar la mierda, una y otra vez.
Por el tema que trata, Ciutat Morta es un documental lleno de rabia. Y un documental lleno de rabia debería valorarse en una escala diferente a aquel que no tiene prisa por estrenarse y que tiene tiempo para hacer filigranas con la cámara, la técnica y todo lo que cuadre. Porque lo que hay que analizar aquí es la historia que se nos cuenta y la capacidad de esa historia para, mediante su estructura, llegar al espectador.
Ciutat Morta tiene dos problemas leves, entonces, y una gran baza que los contrarresta. Los problemas leves son, por un lado, que es completamente unilateral. Si bien es cierto que nadie de las fuerzas del orden ni de la guardia urbana quiso participar en el documental, hubiese sido bueno poner ante la cámara a un abogado del diablo – aunque sabe Dios de dónde saldría-, a un guardia urbano o alguien que pudiese arrojar algo de luz sobre el otro lado del tablero. El segundo problema es que al final resulta un poco largo y reiterativo. Los capítulos finales, los que sitúan el problema en algo mucho más grande, en la influencia de los prejuicios, la gentrificación de Barcelona, etc, son interesantes, pero igual deberían estar antes para ayudar a que el espectador tuviese una visión más amplia de los hechos y también para cortar parte de la narración de los hechos, que a veces se repite.
Sin embargo Ciutat Morta juega con una gran ventaja, y esa ventaja es la pasión que pone, lo dispuestos que están sus creadores, sus participantes y todo el mundo a poner la carne que queda en el asador para dejar que, si hace falta, todo queme como una hoguera de San Juan. Ciutat Morta trata un tema tan serio, tan necesario y tan silenciado que merece la pena verse.