Crítica
El año más violento (2014), de J. C. Chandor
Por Christian de González
Es sabido que uno no debería fiarse de los títulos de las películas, y menos aún, de su publicidad. Tampoco es prohibitivo usar un periodo histórico para relatar una historia, aunque dicha historia tenga poco o nada que ver con el periodo. Cuando juntas estos tres factores y haces una bonita presentación, es de justicia que la trama gire en torno a ese hecho concreto; en este caso, la ciudad de Nueva York en 1981, el año estadísticamente con más crímenes desde que hacen registros en la gran metrópoli, a principios de los años 60. Ni la violencia, ni el crimen ni Nueva York tienen un peso determinante en esta película.
Abel Morales (Oscar Isaac) interpreta a un inmigrante que ha construido una empresa más que considerable. Especializado en el transporte de galones de combustible, debe lidiar estoicamente con el robo de sus camiones a manos de atracadores de poca monta. Con los conductores desarmados e indefensos, la situación se hace intolerable. Los responsables legales de Comercio, lejos de ayudarle, parecen convencidos de diversas regularidades que ha cometido la empresa y pretenden llevarla a juicio. Por si no fuera suficiente, las sospechas de que están siendo sus propios competidores los que contratan a los ladrones someten al personaje de Isaac a una presión constante que él intenta sobrellevar con buenas palabras y una admirable contención. Quizá sea esta palabra un buen título para la película: Contención. No solo la veremos en su personaje principal sino en todo el metraje.
El sol restalla por la palidez de la nieve sobre el relieve de los edificios de Manhattan, a lo lejos, desde una fábrica ubicada en Long Island. No será esta una película que nos traiga de vuelta las calles neoyorquinas. Los exteriores serán fábricas de ladrillo desangeladas y grandes bidones cilíndricos para almacenar carburante, algunas calles deprimidas de Queens, túneles embarrados, carreteras, puentes, restaurantes, barberías y mansiones imponentes de gente que no esperaba tener la suerte de poseerlas. Es invierno de 1981 en Nueva York y las cosas están difíciles. La delincuencia sube alarmantemente y nadie parece dar con la tecla para detenerla. Quizá esto pueda servir como excusa para justificar la propaganda del film: es el inicio del año; lo peor aún no ha llegado. El preludio sutil de una familia que tendrá todas sus esperanzas contra las cuerdas.
No es una película pródiga en exteriores, todo parece suceder de puertas hacia dentro, en el interior de la ciudad y sus personajes. Es aquí donde reluce una Jessica Chastain elegante, quizá el personaje más extrovertido, madre desentendida con una dolida capacidad para morderse la lengua y tomar decisiones drásticas y confiadas, siempre a remolque de su marido, un Oscar Isaac al que no le tolera su indulgencia para con todos: un hombre paciente y compresivo que gusta de vestir trajes grises sobre abrigos color miel y que, a pesar de la inminente sensación de estallar en cualquier momento, acaba encontrando una solución y buenas palabras para cualquier contrariedad, que no serán pocas. El gran atractivo del protagonista es que no es un buen hombre. Sencillamente no puede actuar otro modo. La sombra de sus problemas con la ley, que nunca acaban de determinarse y que, a pesar de la supuesta gravedad, son una molestia más en el filme, confirman su insistencia en parecer cabal y como repite más de una vez “hacer las cosas sin convertirse en un gánster”, algo fácil y atractivo teniendo en cuenta la dureza de lo que le rodea.
Parece que su director, J.C Chandor, que aborda su tercera película con buenas referencias, ha visto aquellos clásicos de la mafia, ha visto El Padrino y Érase una vez América y se las ha hecho ver a su actor principal varias veces. Es difícil que Oscar Isaac no nos recuerde a Al Pacino y la película, a esas ambientaciones. Quizá está aquí el mayor fallo de la película: una intención constante de sumergirnos en el mundo del crimen, de un hampa de bajo estrato, cuyo relato no justifica. Los problemas a los que se enfrentan nuestros protagonistas son los naturales en una sociedad y una economía deprimida, y de ningún modo son justificables bajo la teoría del año más violento de la historia de la ciudad. Son humanos intentando ganarse unos cuantos dólares de manera desesperada. Lo que habría sido un acierto en otro contexto pone aquí el listón demasiado alto, porque una de las cosas que merecen mención es la relación con los trabajadores y los ladrones. No es una relación despegada sino en cierto sentido paternal. Los ladrones no son unos crápulas malvados, solo gente de a pie intentando ganarse la vida como buenamente pueden. Esta es la historia de un empresario medio sujetando el timón de un barco que hace aguas por todas partes, en buena parte por la inclemencia de un mar bravo y la inoperancia y torpeza de aquellos que deberían remar junto a él. La violencia la da el entorno y se ejerce contra la voluntad terca e irreductible de un solo hombre.
Mención aparte merece la fotografía de Bradford Young (Mother of George, Selma) que utiliza el sol de invierno para darle una potencia lumínica al film que lo llena de tonos pálidos y beige, en contraste a la opresión de los espacios cerrados y la nocturnidad necesarios para cometer actos reprobables. La película salta de los amaneceres a la noche más profunda con admirable facilidad. Nada acontecerá fuera de esas horas tan apacibles, que nunca lo serán en esta película.
J.C Chandor pasa con aceptable nota su tercera puesta en escena. No cabe duda de que Sidney Lumet es su director fetiche. La recreación de una Nueva York ajena a la acostumbrada, abrumada por la miseria de las clases bajas, es de agradecer, a pesar de que toda la información previa nos indicase que iba a ser una película dura. Calmada, lenta y silenciosa, con un par de escenas intensas que nos desvían de esa sensación de sopor de su ambientación, peca de un guión que se desvía varias veces de su personaje principal, centro total y sustento, para relatar historias paralelas que no tendrán un verdadero peso en el resultado final. O quizá sean exigencias. Esta es una película sobre los devenires de un padre de familia que se enfrenta a todo en soledad, y que luchará a brazo partido, siempre suspirando y resignando, ante un azar que le resulta esquivo, y que no tendrá tiempo para los desmanes de los demás. Su objetivo es ganar. Eso sí, con fingida tolerancia, resignada paciencia y mucha, mucha contención.