El pasado aterciopelado

velvet

Crítica

Velvet Goldmine (1998), de Todd Haynes

Por Claudia Lorenzo

Sentarse a escribir la crítica, como tal, de Velvet Goldmine es casi tan incoherente como sentarse a ver la misma película y buscar la pura racionalidad en todo lo que pasa. Una servidora, esclava de la narrativa y que encuentra problemas para concentrarse en las películas con estructura más bien libre, se mantuvo dos horas hipnotizada (y también confusa), mientras por la pantalla pasaban Jonathan Rhys Meyes o Ewan McGregor cantando (¿y cantando siempre a santo de qué?), Christian Bale pre-Batman pero post-Mujercitas con cara de yogurín del glam rock y también de periodista curtido y experimentado (la magia de los saltos en el tiempo) y Toni Collette, que suele importar poco qué esté haciendo porque todo lo hace bien pero que, además, en Velvet Goldmine se encarga de ser la esposa del davidbowiesco Brian Slade y que aguanta de todo menos lo de ser “señora de” (bravo por la Collette).

Película que polariza, que encanta o que se odia a partes iguales, Velvet Goldmine es, simplemente, una fiesta para los sentidos. Cuando Todd Haynes decidió meterse en el mundo glam, su idea principal era hacer un biopic sobre David Bowie, su relación con Iggy Pop y Lou Reed y, sobre todo, su época “Ziggy Stardust and the Spiders from Mars”. Como el cantante se negó, Haynes elaboró la historia falsa de un personaje inspirado en él, el Brian Slade que comentábamos, que asciende a lo más alto del éxito y cae estrepitosamente después de simular su propio asesinato. Diez años más tarde, un periodista (Christian Bale) recibe el encargo de averiguar qué fue del personaje, y para ello decide entrevistar a todos aquellos que tuvieron algo que ver con su vida, desde su ex esposa (Toni Collette) a su amigo y, en ocasiones, amante Curt Wild (Ewan McGregor, interpretando a un personaje basado en la mezcla de Pop y Reed). A partir de los recuerdos de estas personas, la historia entrelazará flashbacks y tiempo presente para explicar que fue lo que pasó. Y si esta técnica narrativa os suena, por ejemplo, a un tal Orson Welles y su Ciudadano Kane, es porque Haynes tomó como referencia la estructura del considerado por muchos el mejor filme de la historia. Sin presión.

Obviamente, siendo una película que trata de cantantes, además de los saltos en el tiempo son recurrentes las actuaciones musicales, que muchas veces no vienen al caso pero que están rodadas con tal maestría y magia que, como he dicho, mantienen al espectador confuso pero constantemente pegado al asiento. Michael Stipe, ex cantante de R.E.M., fue co-productor del filme y, aunque no hay canciones de Bowie, por expresa negativa del artista, sí hay versiones de Brian Eno, T Rex, Roxy Music o The New York Dolls. De hecho, se crearon dos súper grupos para la película formados por lo mejor de cada casa musical de los noventa. Así Wylde Rattz (la banda de Wild) está compuesta por Mark Arm de Mudhoney, Ron Asheton de The Stooges, Thurston Moore y Steve Shelley de Sonic Youth, Mike Watt de Minutemen y Don Fleming de Gumball. Venus In Furs (la banda de Slade) por su parte cuenta con Thom Yorke y Jonny Greenwood de Radiohead, Andy Mackay de Roxy Music, Bernard Butler de Suede y Paul Kimble de Grant Lee Buffalo.

Velvet Goldmine hizo que el mundo entero se fijase en Todd Haynes, hasta el punto de otorgarle en Cannes el premio a la mejor contribución artística (la Palma de Oro de aquel año fue para La eternidad y un día, de Theodoros Angelopoulos). Resulta interesante echar la vista atrás y analizar los principales intérpretes, que ahora conforman un cast de lujo pero cuyas carreras entonces no habían alcanzado la notoriedad que tienen hoy en día. Todos brillan y todos merecen que este filme esté entre lo mejor de su trabajo.

McGregor, que en aquel momento todavía era el colaborador de Danny Boyle y estaba a un año de estrenarse como Obi-Wan Kenobi, demostró que el talento que había dejado claro en Trainspotting no era flor de un día y, como bien demuestra su carrera posterior, sus interpretaciones no han hecho más que mejorar. Bale, que ni siquiera había sido aún Patrick Bateman, se expuso a un personaje alejado de todo lo que había hecho hasta entonces (y mucho de lo que haría después) y dejó a la vista la vulnerabilidad que imprime la nostalgia y la juventud pasada. Collette, que venía de encadenar personajes como el de La boda de Muriel o Emma, de amiga feúcha, dejó patente su magnetismo en un papel que le sentó como anillo al dedo. Y Rhys Meyers, básicamente, le debe su vida a Brian Slade, que le puso en el mapa. Aunque también Slade le debe su vida a Rhys Meyes, que por enigmático, bello y andrógino, siempre parecía ir un paso por delante de los espectadores, a punto de desaparecer y hacernos creer que todo, toda la película, había sido un sueño.

Como bien se especifica al inicio del filme, “aunque lo que están a punto de ver es una obra de ficción, debe ser visto con el volumen al máximo”. Completamente de acuerdo.

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