Crítica
Shutter Island (2010), de Martin Scorsese
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Hubo un año en el que Leonardo DiCaprio rodó, o estrenó, la misma película dos veces. O eso parecía. Shutter Island, la historia de un policía que viaja a un manicomio localizado en una isla frente a Boston para investigar una desaparición se convertía en un thriller psicológico y retorcido que dejaba un final tan extraordinario como enigmático. A simple vista, el Teddy Daniels del filme de Scorsese era un tipo ordinario, con una vida un tanto compleja y con un objetivo claro. En profundidad, era un tipo con demonios.
Demonios como los que tenía Cobb, el que le daba la vuelta a las calles de París en Origen. No se debe menospreciar el nivel de impacto que tuvo el filme de Nolan, después de todo no hace ni dos semanas un adolescente me contaba los muchos niveles internos que había tenido su sueño. Sin embargo, y sin ánimo de ofender a los seguidores del reinventor de Batman, que son muchos y muy variados, diré que Origen era un soufflé, mucha imagen, mucho guión espectacular y complejo, pero al final todo quedaba en ná. No sólo eso, sino que una vez acabada la película – y sin ánimo de destripar demasiado- una se daba cuenta de que a ese personaje ya lo habíamos visto.
Shutter Island, por alguna razón, fue un filme que no llamó mucho la atención dentro de la colaboración DiCaprio-Scorsese. Sin embargo es una obra que resiste el paso del tiempo y los envites. La segunda vez que la vi, casi por obligación, estaba sentada en el Egyptian Theatre de Los Ángeles, con un cabreo de muy padre y señor mío porque la presentación programada, un coloquio entre Scorsese vía Skype – de aquellas rodaba Hugo en Londres- y Leonardo en carne y hueso, tornó en un Skype de ambos porque, como después nos enteramos por la prensa amarilla, el actor había decidido irse a Israel unos días con su entonces novia Bar Refaeli. Como fan adolescente del hombre, podéis imaginaros la indignación con la que inicié el revisionado de una película que, en principio, no me había llamado tanto la atención.
Dos horas después había cambiado de parecer, pero es que Shutter Island está muy bien llevada. La historia, basada en la novela homónima de Dennis Lehane y adaptada por Laeta Kalogridis es compleja y, en un punto, se dice – por los corrillos críticos- que divide a la audiencia. Sin embargo, si el público se deja guiar por Marty, DiCaprio, Mark Ruffalo –siempre un placer verle-, Ben Kingsley, Michelle Williams, Max Von Sydow, Patricia Clarckson y Emily Mortimer, entre otros, el viaje es bárbaro y, al final, perfectamente comprensible. Y el último gesto del protagonista deja al espectador dándole vueltas a todo un ratito más.
Decía Scorsese en aquella infame –al menos para mí- charla vía satélite que DiCaprio es un actor perfecto para la gran pantalla porque sus ojos y su cara están en movimiento constante. Está claro que Leonardo no da un traspiés y que el director le adora. Ambos se dedicaron a flirtear el uno con el otro dejando patente una amistad personal y profesional que es lo mejor que les ha pasado en este siglo (basta sino volver a ver Infiltrados o El lobo de Wall Street).
HBO está planeando hacer una serie a partir del libro, cuyo capítulo piloto escribirá el propio Lehane y dirigirá nuestro Marty. Es un momento perfecto para volver a ver el filme. Porque creedme, Shutter Island gana con el tiempo, como el whisky. O como el propio DiCaprio.