Critica
Foxfire (2012), de Laurent Cantet
Por Claudia Lorenzo
Hay algo aterrador en la adaptación a la gran pantalla de la novela Puro fuego, de Joyce Carol Oates, esta Foxfire de dos horas y media que no deja títere (masculino) con cabeza. Hay más cosas, pero aterra pensar en la vulnerabilidad de las chicas jóvenes en múltiples circunstancias vitales, incluso en lugares en los que se supone que la gente debería tener sus derechos protegidos. Y ya no hablo de la tiranía de la imagen, los sueldos más bajos o el hecho de que las labores del hogar sigan recayendo en el lado femenino de la familia. Hablo de algo más básico como el riesgo, que en Foxfire parece inevitable, al que se expone una mujer cuando intenta ir guapa y atractiva para sí misma y acaba siendo violada.
Hay dos intentos de violación, uno consumado y el otro no, en este nuevo filme de Cantet, y ambos dejan al espectador con el corazón en un puño. El primero, perpetrado sobre Rita O’Hagan (Madeleine Bisson), no tiene repercusiones externas claras y la audiencia se queda el resto del filme pensando en cómo está el asunto golpeando las paredes de la cabeza del personaje. El segundo, que no se lleva a cabo, se produce cuando una de las chicas intenta probar que vale para mucho más de lo que sus compañeras de comuna creen. Y acaba siendo asaltada. Con una conclusión pesimista, la película viene a decirnos que no nos salgamos de madre porque podemos acabar en un descampado con un tío intentándolo todo sobre nosotras.
Foxfire es una película tremendamente triste en el sentido de que tiene su origen en una lucha totalmente justificada (mujeres jóvenes buscando la igualdad y luchando por su lugar en la sociedad) y acaba demostrando cómo cualquier ideología es peligrosa de radicalizarse, de meter en el mismo saco a todos aquellos que no forman parte del grupo.
Legs (Raven Adamson), Maddy (Kate Coseni), la mencionada Rita y otras dos amigas crean una sociedad secreta denominada Foxfire con la intención de luchar contra la opresión y el abuso masculino. Así, pervertidos, profesores que disfrutan ridiculizando a chicas o bandas de jóvenes que creen que sus compañeras de clase están ahí para darles exclusiva satisfacción sexual se ven de repente confrontados con unas mujeres que no temen golpear de vuelta ni decir lo que piensan. La lucha inicial se va transformando en rebeldía pura hasta que, en el robo de un coche, las chicas son detenidas y Legs, ya erigida en líder del grupo, enviada a un correccional. Una vez sale, ella tiene muy claro que no quiere volver a vivir a casa de su padre. Con dinero ahorrado alquila una casa en el campo que convierte en comuna para el resto de las chicas de Foxfire, un grupo ya grande, nada semejante al ideal de las cinco iniciales. Una vez todas se encuentren bajo el mismo techo, y al mismo tiempo que las acciones se van haciendo cada vez más peligrosas, los intereses personales y el carácter de cada una chocará inevitablemente con el pensamiento común y las reglas que se habían puesto para vivir en su pequeña sociedad.
En una decisión extraña, cuando Foxfire se estrenó en San Sebastián en 2012, Kate Coseni ganó el premio a mejor actriz. No es extraña porque ella no lo haga bien, que lo hace, sino porque resulta llamativo que, aunque la historia la cuente el punto de vista de Maddy, con un elenco tan coral y tan bueno el jurado decidiese distinguir sólo a una de las intérpretes. Porque lo mejor de Foxfire es la autenticidad de sus actrices y lo bien que transmiten los cambios de comportamiento y cercanía entre ellas. Adamson, con una personalidad arrolladora, se hace cargo de un personaje dañado y, en ocasiones, desagradable que, sin embargo, mantiene todo el rato la humanidad y el cariño por Maddy, esa amiga que siempre ha estado ahí y que la apoya hasta que se agota.
Lo peor del filme, en cambio, son sus dos horas y media, sobre todo teniendo en cuenta que la historia no fluye como una sola sino que se divide realmente en dos episodios, el anterior al ingreso de Legs en el correccional y el posterior una vez que ella decide crear la comuna. La primera parte podía haberse reducido sin problema a un acto, manteniendo la segunda, y eso hubiese dotado a la historia de más concisión.
Habrá, porque de todo tiene que haber en la viña del Señor, quien tenga la tentación de usar Foxfire como una crítica al feminismo, cuando sólo sirve como una crítica a las radicalizaciones, vengan de donde vengan. Sin embargo, incluso cuando la radicalidad no está justificada y las acciones son tremendamente desproporcionadas, Foxfire nos ayuda a ver el poso de abusos y dolor del que nacen todos estos movimientos. Y es nuestro deber ser conscientes de que esas razones existen, para poder combartirlas y resolverlas.