Crítica
Holy Motors (2012), de Leos Carax
Por Rau García
A menudo nos empeñamos en intentar descubrir qué es lo que el creador de una obra de arte quiso transmitir, pero nos olvidamos de plantearnos lo que nos sugiere a nosotros. Y cuando no comprendemos algo o nos supone un esfuerzo extra, simplemente tendemos a rechazarlo (estoy generalizando). Nuestra interpretación puede diferir de la del propio creador o de la de otras personas, y también es válida. Este es el poder, la magia de una obra de arte, que está viva, que tiene tantas interpretaciones como personas hubo hay y habrá en la Tierra, incluso más, porque nuestra percepción subjetiva está sujeta a cambios que dependen de nuestros gustos, edad, estado anímico, credos, contexto social, etc.
En una entrevista a Stanley Kubrick para la revista Playboy realizada el mismo año del estreno de 2001: Una odisea del espacio (1968), el periodista le pregunta por el mensaje de esta película, a lo que Kubrick responde, entre otras declaraciones, que “explicar una sinfonía de Beethoven sería castrarla al levantar una barrera artificial entre la concepción y la apreciación. El público tiene entera libertad de especular en torno al significado filosófico y alegórico de la película, y esa especulación demuestra que ha conseguido afectar a los espectadores llevándoles a un nivel más profundo”. El periodista insiste, preguntándole si podría entonces dar su propia interpretación de la película, a lo que Kubrick responde que no rotundamente.
Leos Carax, autor francés de películas tan viscerales, hermosas y complejas como Los amantes del Pont-Neuf (1991), Mala sangre (1986) o Chico conoce a chica (1984). Holy Motors (2012), extravagante, surrealista, onírica y poética, cuenta la historia de un hombre, el señor Oscar, interpretado por un fascinante, como siempre, Denis Lavant (actor fetiche del director), que viaja dentro de una limusina convertida en camerino, cuyo chofer, la veterana Edith Scob, le va llevando por diferentes lugares de París en los que tendrán lugar las denominadas “citas”, en las cuales este personaje camaleónico sale a la calle adoptando diferentes apariencias y personalidades para llevar a cabo una serie extrañas actuaciones. Alguno de los papeles secundarios los interpretan el legendario Michel Piccoli, la cantante Kyle Minogue y Eva Mendes (su papel, en un principio, era idealmente para Kate Moss). El propio Carax aparece en el escalofriante prologo de la película, en el que se nos muestra una potente imagen: un público sentado en las butacas de una sala de cine con los ojos cerrados.
Holy Motors fue presentada a competición en el Festival de Cannes 2012 (le ganó Amour, de Michael Haneke, otro cineasta que detesta que le pidan que explique sus películas) y ha recibido los premios a la Mejor Película y al Mejor Director, y los de la crítica, José Luis Guarner y el Méliès de plata en el Festival de Sitges 2012.
Si después de ver esta película piensa que no ha entendido nada, es que no se ha dejado llevar. El espectador que pague la entrada buscando una película al uso, se irá del cine enfurecido por haber malgastado su dinero en Holy Motors y no en la última superproducción de turno. Luego no diga que no se lo advertí. Afortunadamente, todavía hay personas que no ven el cine exclusivamente como un producto de entretenimiento, que es a lo que la industria nos induce, salvo excepciones, sino como una forma de expresión artística, que es posible conjugar con lo comercial. Mientras existan estas personas exigentes, seguirá habiendo demanda de este tipo de cine que requiere de un público activo y creativo que se plantee preguntas durante la película, que dote de significado a las escenas, de lógica a los personajes, a sus palabras y sus acciones, que complete la historia, en la medida de lo posible, y que se la lleve a casa en la cabeza después de haber terminado de verla. En definitiva, una experiencia intelectual y emocional.

Eva Mendes y Denis Lavant
Llevo tiempo observando que un pequeño porcentaje (aunque más elevado del que es habitual en películas comerciales) del público de este tipo de películas, acude solo al cine. Quizá sea debido, entre otros factores, a que haya personas que les apetezca ver estas películas sin compañía, para concentrarse, o en otras palabras, para no distraerse, de igual manera que es diferente saborear la lectura de un libro para uno mismo que en voz alta para el disfrute de otros también, o escuchar música en privado o con auriculares que rodeados de gente que baila al mismo ritmo, o ir a un museo y contemplar un cuadro tomándonos nuestro tiempo, en silencio, que comentando algunas o cada una de nuestras sensaciones a quien nos acompaña. Con el cine ocurre algo parecido, aunque es cierto que es un arte que invita, quizá más que otros, a ser consumido en compañía. Pero hay gente que todavía se sorprende de que existan personas a las que les apetezca ir de vez en cuando al cine expresamente en compañía de nadie, solamente con la de los otros desconocidos que conforman el público.
Es curioso el lejano paralelismo que hay entre Cosmopolis (2012), de David Cronenberg, protagonizada por Robert Pattinson y que ha estado hasta hace muy poco en cartelera. Ambas películas están contextualizadas en una realidad fantástica y pesimista que, no llega a asustar, pero inquieta al espectador por reconocerse en ella, como quien se mira en un espejo sin saber que el cristal está ligeramente deformado. El personaje de Pattinson, dada su progresiva transformación decadente en Cosmopolis, podría ser perfectamente uno de los personajes que se mueven en limusina en Holy Motors.
Cuando empiezan los créditos finales de las películas parece que todo el mundo se acuerda de que se ha dejado la plancha encendida en casa, y hace cola para salir del cine, en vez de disfrutar de la música y darse un tiempo para reflexionar sobre lo que acaba de pasar delante de sus ojos proyectado en una pantalla. Pues bien, con Holy Motors todo el mundo permaneció pegado a su asiento, petrificado, como intentando descifrar un jeroglífico o uniendo mentalmente las piezas de un puzzle del que faltan algunas piezas. Al terminar la película, el público parece agotado de haber estado durante toda la película pensando. Los que han ido acompañados se miran unos a otros y se preguntan qué les ha parecido, pero tardan en responder, no lo saben aún. Puede gustar o no, pero no deja indiferente.
Holy Motors no es su mejor película. Tiene momentos brillantes y otros delirantes que desconciertan, aunque esto es parte del juego. El protagonista provoca poca o ninguna empatía al espectador, y la naturaleza impenetrable de la película nos hace permanecer incómodos a una cierta distancia, lo que nos permite observar con perspectiva. Parece estar construida a base de cortometrajes independientes de diferentes géneros (drama, ciencia ficción, thriller, musical, etc.) unidos por el protagonista, y que en conjunto forman un largo, pero sin un hilo argumental sólido ni estructura convencional. Además, da la impresión de que lanza una lluvia de interrogantes y termina sin haber dado ninguna respuesta. Pero de eso se trata, de dejar que la imaginación del espectador fluya y tarde en asimilar toda la información que se le ha dado de golpe. Este tipo de cine hace participar al público, le pone alerta, le hace entrar en un trance cinematográfico, pero para eso tiene que estar receptivo. Merece la pena seguirle la pista a este director de estilo tan peculiar y perderse en los universos que nos propone.