Crítica
Por Pablo Álvarez
Misión Imposible: Nación Secreta (2015), de Christopher McQuarrie
La franquicia Misión Imposible goza de una merecida reputación principalmente por tres motivos: su longevidad tras diecinueve años desde la primera película, la incombustibilidad de su estrella protagonista y la variedad de realizadores que se han encargado de sus distintas entregas. A los prestigiosos nombres de Brian de Palma, John Woo, J.J.Abrams y Brad Bird se añade ahora el de Christopher McQuarrie. El tándem formado por este último y Tom Cruise, que tan buenos resultados obtuvo con la excelente Jack Reacher, vuelve a reunirse en esta ocasión para ofrecernos un trabajo igual de satisfactorio.
El argumento sigue al agente Ethan Hunt y al resto de miembros del FMI, que deberán hacer frente a una organización secreta conocida como El Sindicato, quienes pretenden instaurar el caos mediante una serie de ataques terroristas a escala global.
A lo largo de la saga, los directores de cada capítulo fueron capaces de imprimir su sello personal logrando que estilísticamente se mantuvieran bastante diferenciados entre sí, a la vez que establecieron una cierta sensación de continuidad. McQuarrie, quien también firma el guion, hace lo propio construyendo una trama que avanza incesantemente a través de magníficas set-pieces, a la vez que plantea un estimulante juego de intriga sin que la emoción decaiga en ningún momento. El realizador demuestra una innegable habilidad en la planificación de escenas con las que consigue el equilibrio perfecto entre la espectacularidad y el suspense, elevando este último hasta el paroxismo en no pocos instantes. La dirección oscila de esta manera entre el clasicismo formal de determinadas secuencias, caracterizadas por la elegancia de su puesta en escena, con la acción a gran escala de otras, aunando armoniosamente las distintas peculiaridades que distinguían a los capítulos anteriores.
Así pues en esta ocasión se dan cita las paranoias conspirativas de la primera entrega de De Palma, con la suspensión de incredulidad que suscitaba Woo o la química entre los integrantes del grupo y la comedia manejada con la misma eficiencia que Abrams y Bird. Todo ello transmitiendo además la suficiente frescura y personalidad que sólo presentan las mejores obras. Pero si la cinta consigue resultar un acierto se debe en igual medida a la aportación tanto de su director como de su reparto, comandado por el siempre ejemplar Tom Cruise. El veterano actor vuelve a ofrecer un admirable recital de compromiso y profesionalidad en pos del mayor realismo posible, con una interpretación que implica un considerable esfuerzo físico. No obstante la mayor sorpresa del film reside en el papel de una excelente Rebecca Ferguson, contrapunto femenino del personaje de Ethan Hunt que se presenta como una femme fatale de ambiguas intenciones, tan letal como inteligente. Jeremy Renner, Simon Pegg y Ving Rhames interactúan entre sí con la misma camaradería contagiosa que en anteriores entregas, cumpliendo su función dentro del grupo y contando con sus respectivos momentos de lucimiento. Alec Baldwin y Sean Harris son dos de las nuevas incorporaciones, el primero como el jefe de la CÍA que supondrá un obstáculo para el equipo y el segundo como el villano de la función, que a pesar de resultar correcto carece de la presencia suficiente que se le atribuye a este tipo de personajes.
El verano cinematográfico llega a su recta final ofreciendo uno de los mejores y más entretenidos blockbusters del año. A estas alturas los espectadores conocen perfectamente la idiosincrasia de la saga y en esta ocasión encontrarán justamente lo que esperan: acción, emoción e intriga. Todo ello presentado lujosamente por parte de un realizador que ha demostrado sobradamente su buen hacer tras las cámaras y un actor con una trayectoria y energía envidiables, que se muestra tan en buena forma como esta saga que protagoniza.