Crítica
La cumbre escarlata (2015), de Guillermo del Toro
Por Pablo Álvarez
“Resulta sencillo encontrar belleza en la propia belleza. Pero el verdadero poder consiste en buscar belleza en el horror”. Estas palabras pronunciadas recientemente por el propio Guillermo del Toro, sintetizan de forma inmejorable lo que ha sido la máxima del director mexicano a lo largo de su filmografía. Y es que, aunque habitualmente lo siniestro y lo monstruoso se ha asociado a lo grotesco, no han sido pocos los artistas capaces de mostrar que aquello que causa repugnancia y temor, pueden resulta tan precioso como lo que se considera sublime. Con su último trabajo, el realizador vuelve a manifestar esta habilidad al alcance de pocos.
La trama sigue los pasos de la joven aspirante a escritora Edith Cushing. Cuando un día se cruce en su camino el apuesto y misterioso Thomas Sharpe, no tardará en surgir un amor apasionado entre ambos, que terminará conduciéndola inexorablemente hacia un peligro del que fue advertida en el pasado.
Como todos los grandes autores, del Toro ha sido alguien que lejos de esconder sus influencias se ha encargado de mostrarlas de manera bastante evidente, dejando claro que su inconfundible estilo se ha destilado a base de absorber diversas fuentes. En su nueva película, las referencias van desde las literarias como Poe, Le Fanu, Shelley, Brontë o Perrault, pasando por el Hitchcock de Rebecca y Psicósis, Suspense de Clayton (esa canción infantil que suena en los créditos iniciales…) y el cromatismo del cine de Bava, Corman y Fisher. El director filtra todos estos elementos a través de su personalísima visión, añadiendo su fetichismo por los insectos y los engranajes, dando forma a otra pieza que transmite de forma elocuente sus inquietudes temáticas y artísticas. De igual manera, la cinta también sirve para mostrar la obsesión por el detalle hasta el paroxismo del realizador. El minucioso trabajo de diseño que presenta el film, en el que se ha cuidado hasta el más mínimo elemento que aparece en escena, queda ejemplificado en la tenebrosa mansión en la que se desarrolla gran parte de la historia. Pero lejos de cumplir una función meramente estética, estos aspectos constituyen elementos narrativos indispensables, que contribuyen a reflejar las distintas emociones que atraviesan los protagonistas. De este modo, la calidez inicial más propia de un relato de Jane Austen, va dando paso progresivamente a la decadencia y el tenebrismo a medida que avanza el metraje y descubrimos los secretos que ocultan sus personajes. Estos están magníficamente interpretados por el excelente plantel que ha reunido el director para la ocasión. Mia Wasikowska ofrece una imagen frágil y virginal que contrasta con la valentía que irá adquiriendo a lo largo de la historia. Tom Hiddleston sustituye al inicialmente propuesto Benedict Cumberbatch como el ambiguo señor Sharpe, representando a la perfección la figura paradigmática del caballero victoriano. Jessica Chastain vuelve a brillar en el papel de la siniestra Lady Lucille Sharpe, ofreciendo un registro bastante distanciado del resto de su carrera, demostrando su indudable versatilidad. Por su parte Charlie Hunnam da vida al Dr. McMichael, cuya afición por las novelas de Conan Doyle se evidencia en su intento por dilucidar el misterio que rodea al amado de su amiga Edith.
Siendo un gran conocedor de las características del romance gótico, del Toro maneja acertadamente los ingredientes típicos de estas obras, a la vez que plantea una actualización mediante la brutalidad explícita de unos puntuales instantes de violencia y la sensualidad malsana de ciertas escenas. A pesar de potenciar los instantes de horror, recreándose en unas terroríficas apariciones espectrales que presentan algunos de los mejores fantasmas jamás vistos en pantalla, la cinta no deja de constituir un drama en el que los muertos sirven para recordar la terrible naturaleza que ocultan los vivos.
La Cumbre Escarlata supone, en definitiva, una nueva muestra del inmenso talento de uno de los autores más inconfundibles de la actualidad, que nos adentra en los abismos más oscuros y recónditos del alma humana, de los que emergeremos con la convicción de haber contemplado algo hermoso y único.