Crítica
El miedo más atávico
Por Gaspar Ruiz
Fundido a negro y una voz de trueno que retumba como sermoneando al espectador por pecados terribles: con esta escena tan llena de personalidad arranca La bruja, la mejor película de terror que haya pasado por cartelera desde The Lords of Salem (Rob Zombie, 2012). No es para nada casualidad que ambos filmes coincidan en su temática brujeresca.
La bruja reina en el cine de horror desde los albores del medio. Antes de que un danés llamado Benjamin Christensen realizara su recorrido fascinado, y fascinante, por , las brujas ya campaban en producciones mudas con sus aspectos espeluznantes. Por lo general, bajo los sayos impuestos por William Shakespeare en Macbeth, la obra en la que, como pudimos ver en la fatua versión reciente con el incombustible Michael Fassbender (2015), tres brujas ejercen de coro para narrar el destino del rey usurpador. El cine, conforme fue coloreándose y sonorizándose, se plagó de hechiceras malditas, de vendedoras de filtros, de condenaciones en forma de mujeres voluptuosas que engañaban a la edad y al tiempo. Inicialmente, la industria lo hizo con cautela, temerosa tanto de la imagen transmitida por la literatura -lugar que ha tenido brujas notables y temibles- como del celo puritano de inquisidores modernos como William H. Hays, senador republicano tristemente célebre por su código de censura cinematográfica.
El realizador nació hace 33 años en New Hampshire, en el corazón de Nueva Inglaterra, la parte del territorio estadounidense más abierta a las leyendas. No en vano, de Nueva Inglaterra proceden los tres autores que conforman la trinidad del cuento de miedo estadounidense: Edgar Allan Poe (Boston, Massachusetts), H. P. Lovecraft (Providence, Rhode Island) y Stephen King (Portland, Maine).
A raíz de este doble miedo, la imagen de las brujas entre las décadas de 1930 a 1950 -con la muy notable y valiente excepción de la madrastra de Blancanieves y los siete enanitos (1937)- es por lo general benévola: son mujeres sujetas a la vida doméstica, a la autoridad no muy férrea pero sí constante del marido/dios, hechicerillas caseras practicantes de magia blanca que se redimen mediante el matrimonio. Como la bruja es mujer, su estampa cambia con los avances en la lucha por la equiparación de derechos con el hombre. La década de los sesenta es la de la liberación de la mujer y, por ende, también de la bruja. Ya es más independiente, posee una mayor autonomía, y también una ambivalencia que se mantendrá durante próximas décadas: será tanto conjuradora de hechizos protectores (The Night of the Eagle, Sidney Hayers, 1962) como adoradora demoníaca (La maschera del demonio, Mario Bava, 1960). Precisamente este último aspecto será el preferido por la posmodernidad para retratar a sus brujas.
La posmodernidad tiene un afán revisionista enfermizo: todo lo que toca tiene que modificarlo, trastocarlo. Las brujas de celuloide nacidas en este siglo son perversas, ya sean presencia fantasmal (Expediente Warren, The Conjuring, James Wan, 2013) como veteranas del aquelarre (The Lords of Salem). Robert Eggers, el director debutante de La bruja, introduce una nueva variante en el estereotipo al retratar el proceso de iniciación hechiceril de una joven. Eggers cuenta con poderío la historia de Thomasin (Anya Taylor-Joy), quizás por sus propias circunstancias: el realizador nació hace 33 años en New Hampshire, en el corazón de Nueva Inglaterra, la parte del territorio estadounidense más abierta a las leyendas. No en vano, de Nueva Inglaterra proceden los tres autores que conforman la trinidad del cuento de miedo estadounidense: Edgar Allan Poe (Boston, Massachusetts), H. P. Lovecraft (Providence, Rhode Island) y Stephen King (Portland, Maine). Eggers se empapó de la tradición terrorífica de su región desde niño: tuvo una infancia rarita, en la que descolló con precocidad su fascinación por lo sobrenatural. La adscripción del cineasta al género es tan firme y seria que alienta los rumores sobre su posible implicación en un remake de Nosferatu en un futuro próximo. Su galardón de mejor director en el festival de Sundance de 2015 le da el margen de crédito necesario para intentar lo que quiera.
Cuatro años le llevó a Eggers reunir los 3 millones de dólares que constituyen el presupuesto de su opera prima. A diferencia de lo que suelen hacer manirrotos como Guillermo de Toro u otros nombres difusos del blockbuster, Eggers empleó con profunda sabiduría tan estrecho margen monetario. Rodó durante 26 días en el lindero con Canadá, en una zona llena de imponentes árboles que habría hecho las delicias de Algernon Blackwood o Arthur Machen. Con pericia, empleó algunos trucos para magnificar las dimensiones de estos árboles, reforzando la sensación de aislamiento de la familia de píos colonos que protagoniza el largometraje, así como creando una hostilidad en esa naturaleza salvaje, feroz, que intenta domeñarse sin éxito. Eggers cuida tanto los detalles que hace hablar a sus personajes en inglés de época (estamos en el siglo XVII, en los albores del peregrinaje a esa tierra prometida que es el nuevo mundo) y utiliza luz natural en sus escenas. El resultado de ambas decisiones es sobrecogedor.
Además, el director sabe dosificar la presentación de acontecimientos. Va viciando tanto el ambiente a través de la construcción de una atmósfera siniestra, en la que enraiza un terror tan atávico que asusta por inercia (y por cierto, sin manoseados trucos ni la consabida subida del volumen), que el espectador queda atornillado al asiento, con apenas un hilo de aliento y una respiración casi en suspenso. Eggers es muy listo: bajo una historia clásica de terror oculta otros temas (como el aislamiento o el fanatismo religioso) a modo de denuncia, que ayudan a construir una ambientación sublime. Ha leído y visto a los más grandes del género de los sustos. Y lo que es más importante: los ha entendido a la perfección. El mejor y mayor de los piropos que se puede hacer a La bruja es que es el fruto de una intensa reflexión sobre los mecanismos del miedo. Por favor, que sea una nueva esperanza y no una vana excepción a la norma.
Título original: The Witch (2015)
Duración: 92 min.
País: Estados Unidos
Director: Robert Eggers
Guión: Robert Eggers
Fotografía: Jarin Blaschke
Música: Mark Korven
Reparto: Anya Taylor-Joy, Ralph Ineson, Kate Dickie, Harvey Scrimshaw, Lucas Dawson, Ellie Grainger, Julian Richings, Bathsheba Garnett, Sarah Stephens, Jeff Smith