
Retrato de Adele Bloch-Bauer I (1907)
Crítica
La dama de oro (2015), de Simon Curtis
Por
Gustav Klimt pintó el Retrato de Adele Bloch-Bauer I en 1907. Él era ya un pintor consagrado y ella una de las mujeres más ricas e influyentes de la sociedad austriaca de comienzos del siglo XX. Hija del banquero judío Moritz Bauer, director del Wiener Bankverein, uno de los siete bancos más importantes del Imperio Austro-Húngaro, en 1989 se casó con Ferdinand Bloch, un magnate de la industria, 16 años mayor que ella. Adele era una mujer tan bella como enfermiza (murió en 1925 de tuberculosis). Sin hijos y muy interesada por la cultura, su casa era un permanente punto de encuentro para los artistas de la época. Klimt la volvió a pintar en 1912, Adele Bloch-Bauer II, un bello retrato que, al parecer, siempre permaneció en el ámbito familiar y actualmente es propiedad de un coleccionista particular. Pero es con el primero cuando el artista inaugura su glorioso periodo dorado fascinado por los mosaicos bizantinos de Rávena que Klimt había visitado en dos ocasiones en 1903. El retrato daría pie a la etapa más deslumbrante -y conocida- de Gustav Klimt con obras como Dánae y El beso, realizadas entre 1907 y 1908.
El retrato de Adele fue una víctima más del criminal saqueo realizado por los nazis contra las propiedades de las familias judías (se estima que más de 100.000 obras fueron arrebatadas). El domicilio familiar de los Bauer en Viena fue uno de los primeros en caer durante la anexión de Austria y los miembros de la familia murieron o se refugiaron fuera de el país. Maria Altmann, sobrina de Adele y última superviviente de la familia, pudo escapar a los Estados Unidos con su hermana y llevar una vida modesta y tranquila en California hasta el 7 de febrero de 2011, fecha en la que murió a los 94 años de edad.

Helen Mirren y Ryan Reynolds
Pero antes, en sus últimos años, Maria Altmann fue la protagonista de una maravillosa historia cargada de coraje y determinación que Simon Curtis ha llevado al cine con el título de La dama de oro, protagonizada por Helen Mirren, que se estrena este viernes en España. Maria decidió recuperar las obras que de niña había visto colgadas en las paredes de la casa de sus tíos. Eran seis valiosísimas telas, aunque la más famosa es la obra maestra de Gustav Klimt. No ambicionaba el dinero (su único sueño era tener un lavavajillas) sino que el gobierno austríaco le devolviera lo que era un preciado recuerdo familiar y que desde hacía seis décadas se exponía en la Galería Belvedere de Viena, (un equivalente al museo del Prado en España), como una de las grandes joyas de la colección, “La Gioconda del Belvedere”.
La película arranca mostrando a Maria Altmann como una mujer de fuerte carácter y gran determinación cuya hermana acaba de morir. Desde su huida no ha vuelto a su Austria natal porque las pesadillas son demasiado fuertes. De manera casual conoce a Randol Schoenberg (Ryan Reynolds) abogado más que verde, hijo de una amiga, y nieto del compositor y creador del dodecafonismo, Arnold Schönberg, refugiado en Estados Unidos desde 1932. Es 1998 y el gobierno austríaco ha dado a conocer al mundo una operación según la cual, una vez revisados los archivos, se devolverán a sus legítimos propietarios las obras robadas. El momento parece ser el propicio, pero ya en Viena con Maria recorriendo el escenario de sus fantasmas, se comprueba que el objetivo no será tan fácil. Un magnífico tercer personaje, un periodista desencantado (magnífico Daniel Brühl) será determinante para que Maria y su abogado sepan por donde se mueven y con qué dificultades se van a encontrar.
Simon Curtis mezcla las batallas diarias con las imágenes del pasado de una manera perfecta. De las batallas contra los interesados burócratas actuales, salta a las escenas de cálida acogida con la que la mayor parte del pueblo austríaco recibió a los ocupantes nazis y que Maria contempló con estupefacción siendo una niña pequeña.
Aunque de los sucesivos juicios por la reclamación informaron ampliamente los periódicos, los momentos esenciales que rodean a los siete años de pleitos se siguen con la misma pasión con la que miraríamos la historia sin saber el final. El joven Schonberg crece ante las cámaras hasta convertirse en un personaje adulto de verdad, haciendo suyos los recuerdos de su célebre abuelo. En 2006, un jurado específicamente constituido en la Corte Suprema de Estados Unidos determinó que Maria era la legítima propietaria de las seis obras. Poco después, el magnate de los cosméticos Leonard Lauder compró el retrato de Adele Bloch-Bauer I en Sotheby’s por 136 millones de dólares y desde 2006 ocupa una parte central en la Neue Galerie de Nueva York. Coincidiendo con el estreno mundial de la película, Adele Bloch-Bauer se exhibe acompañada de un centenar de fotografías, bocetos y documentos que enriquecen el conocimiento sobre la dama que inspiró uno de los más bellos retratos de la historia del arte.