Crítica
El país de las maravillas (2014) de Alice Rohrwacher
Por Sara Méndez
La infancia suele ser una época feliz, una etapa de la vida en la que la inocencia nos permite ver el mundo sin prejuicios, pues no somos conscientes de los problemas que nos rodean y si lo somos, no alcanzamos a ver la magnitud de estos. Como una ventana que nos descubre la belleza de la niñez, El país de las maravillas, seleccionada en el Festival de Cannes en 2014 y ganadora del Grand Prix, es un canto a esos años llenos de candor.
A través de los ojos de Gelsomina (Maria Alexandra Lungu), una niña que vive en una vieja granja con sus padres, su tía y sus tres hermanas pequeñas cultivando miel en la campiña italiana, nos sumergimos en un mundo casi de fantasía. Gelsomina se encarga de recolectar los panales y envasar la miel en el destartalado laboratorio que tiene montado su padre (Sam Louwyck). Entre tarea y tarea la joven protagonista sueña con una vida mejor y cuando ve la oportunidad de cambiar la situación económica de su familia participando en un programa de televisión, Gelsomina se inscribe a pesar de las reticencias de su excéntrico padre. La situación familiar, ya un tanto agitada, se complica cuando un programa de reinserción envía a Martín, un adolescente delincuente con problemas de socialización que despierta la atención de Gelsomina, a vivir con ellos.
Entre las incongruencias de un padre que huye de la realidad y que se apoya en su hija de manera asfixiante y el peso de la responsabilidad que supone cuidar de sus hermanas y encargarse del negocio familiar, Gelsomina busca refugio en el cariño de su madre (a quien da vida Alba Rohrwacher, hermana de la directora y guionista) que vive agobiada por la situación sin promesas de futuro en la que se encuentran.
La naturalidad con la que Alice Rohrwacher (quien debutó en 2011 con Corpo Celeste) plasma la historia, basada en su propia infancia, está impregnada de un lirismo que despierta la sensibilidad del espectador dejando marcadas imágenes de la película en la retina y una sensación de melancolía en el corazón durante días. El país de las maravillas es una de esas historias capaces de retratar de forma veraz sentimientos escondidos detrás de una mirada o de una sonrisa, donde los diálogos parecen improvisados y los actores, especialmente la joven Lungu, los propios dueños de las vidas que interpretan.
La participación de Monica Belluci en el papel de la presentadora del programa televisivo aumenta el caché del filme, pero no hay duda de que ésta podría valerse sin su presencia. Aunque Belluci impone por su belleza, su personaje carece de profundidad y es quizás el único aspecto de la historia que resulta un tanto insulso. Dejando este detalle de lado, El país de las maravillas está cargada de una poesía con sabor a miel que hace de ella una película muy especial.