Crítica
“Efectos Secundarios” (2013), de Steven Soderbergh
Por Sara Méndez
Considerado como el cineasta más iconoclasta del cine americano, Steven Soderbergh (Atlanta, 1963) es uno de los directores más polifacéticos de Hollywood y por tanto, menos reconocible. Después del éxito de su primera película, el drama sexual “Sex, Lies, and Videotape” (1989), ganadora de la Palma de Oro en el Festival de Cannes en 1989, el director americano ha hecho un sinfín de películas de diferentes géneros. Desde dramas como “Erin Brokovich” (2000), “Che” (2008) o “The Girlfriend Experience” (2009), hasta comedias como “Full Frontal” (2002), films de acción como el remake “Ocean’s Eleven” (2000) o “Agentes Secretos” (2011), y thrillers como “Traffic”, ganadora del Oscar en 2000, o “Side Effects” (2013), su última película, literalmente. O eso ha anunciado Soderbergh.
El concepto de la película es simple. Emily (Rooney Mara) sufre depresión a causa de la encarcelación de su marido, Martin (Channing Tatum), por uso ilícito de información privilegiada. Tras su puesta en libertad Emily no es capaz de afrontar la situación e intenta suicidarse. Cuando su psiquiatra, el Dr. Jonathan Banks (Jude Law), le receta Ablixa, un nuevo antidepresivo, su vida se desmorona debido a los efectos secundarios provocados por la droga. A partir de ese momento la trama se convierte en una búsqueda desesperada por la verdad; una verdad llena de intriga pero cuyas motivaciones carecen de fuerza a nivel emocional.
Lo que no se puede poner en duda es la calidad de interpretación por parte de Mara (“La Red Social”, “The Girl With The Dragon Tattoo”), una de las nuevas caras del panorama cinematográfico, y de su compañero de reparto, Jude Law. La evolución de los personajes a lo largo de la historia es tan compleja como la mente del ser humano y ambos actores son capaces de transmitir el diverso flujo de emociones de forma verosímil.
La fotografía del film, realizada por el propio Soderbergh bajo el pseudónimo de Peter Andrews (al igual que el montaje, bajo el de Mary Ann Bernard), en la que predominan los tonos lúgubres, provoca un sensación de desasosiego y desesperanza que casa bien con el estado emocional de los protagonistas. Así mismo, el uso de primeros planos un tanto desenfocados nos sumerge en el estado mental de Emily creando un sentimiento de inestabilidad y confusión semejante a esa “niebla gris” en la que vive.
Sin embargo, a pesar de las expectativas creadas por los medios y el propio Soderbergh, y la controversia que genera la crítica al sector farmacéutico y al uso obsesivo de medicamentos en una sociedad alérgica al dolor y a la tristeza, el desenlace del film, aunque inesperado, resulta un tanto plano. Lo que comienza como un thriller psicológico acaba siendo un simple drama provocado por amor (bastante cuestionable) y avaricia que deja un tanto indiferente. No cabe duda de que Soderbergh es uno de los maestros del thriller, aunque en ocasiones no tengan un final más profundo, así que esperemos que su retirada sea temporal y regrese pronto con nuevas ideas.