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Crítica

Magical Girl (2014), de Carlos Vermut

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Desde que vi por primera vez el tráiler tuve muchas ganas de ver esta película. Apuesto que a muchos les habrá pasado lo mismo, influidos también por la perturbadora Diamond Flash (2012), ópera prima de Carlos Vermut, y por su trayectoria como cortometrajista, historietista e ilustrador de cómics. El tráiler de Magical Girl -en el que, por cierto, se ve cómo se rompe un espejo con la cabeza cosa que, últimamente, cuando ocurre en una película, y hay unas cuantas, me suele gustar inexplicablemente, quizá porque es una potente metáfora- cumplió su función: colocó muy altas mis expectativas. La película no me decepcionó, incluso las superó.

Cuenta la historia de Luis (Luis Bermejo), profesor de literatura en paro, padre de Alicia (Lucía Pollán), una niña enferma, fan de una serie de cómics manga. Luis es un buen padre y una buena persona en general, pero hará todo lo que esté en su mano para hacerla feliz. En su camino se cruzará con Bárbara (Bárbara Lennie), una joven con desórdenes mentales, y con Damián (José Sacristán), otro maestro, jubilado, con un oscuro pasado. Esto lo complicará todo, pero Juan no estará dispuesto a renunciar a su objetivo,un importante deseo de su adorada hija.

El título de la película hace referencia al género Maho Shojo, en el que Carlos Vermut se ha inspirado para crear la serie ficticia de cómics y a su personaje principal, Yukiko, quien, para hacernos una idea, es un estilo Sailor Moon. Algunos personajes, por sus comportamientos chocantes o por sus patologías psicológicas, pueden recordar, por poner un ejemplo del cine japonés contemporáneo en  el que se reflejan las peculiaridades de su cultura, entre ellas las del cómic, como pasa en Magical Girl con la idiosincrasia española, a los de la obra maestra Love Exposure (2008), de Sion Sono, pero con menos dosis de poesía visual, sangre y frikismo. El tono y la atmósfera de Magical Girl recuerda a veces, lejanamente, al de algunas etapas del cine de Carlos Saura, otras al de Lars von Trier. Por otro lado, Bárbara tiene algo de la inquietante locura de los personajes de Yorgos Lanthimos (Canino). Pero Carlos Vermut tiene personalidad de sobra como para ser considerado uno de los autores más interesantes que tenemos ahora mismo en España, “un país racional o emocional”, como señala uno de los personajes de la película. Yo, personalmente, ya estoy enganchado a su cine y deseando ver su próxima película.

Cuando aparece en pantalla José Sacristán, para quedarse ya hasta el final (pues al principio sólo sale en una escena que sirve como prólogo), la película vuelve a ganar, aún más, en este último bloque. Últimamente le están proponiendo proyectos diferentes y arriesgados como éste, como Madrid 1987, de David Trueba, o El muerto y ser feliz, de Javier Rebollo, películas muy especiales, de más bien bajo presupuesto, en las que tiene atractivos papeles que le permiten lucirse, pues sabe llenarlos de vida con su experiencia, su ritmo, sus arrugas y pelo canoso y, cómo no, su impresionante voz.

Bárbara Lennie da vida a un impredecible personaje de extraña sonrisa y fría mirada, frágil y peligroso, al que se manipula y que es manipulador al mismo tiempo. Luis Bermejo interpreta con la naturalidad que requiere su papel: un hombre corriente que se ve envuelto en serios problemas, muy acorde con los tiempos en los que vivimos, en los que desgraciadamente algunas personas, por necesidad o por desesperación, llegan a hacer cosas que nunca jamás se hubieran planteado por no haberse visto antes en una tesitura tan difícil. Y la joven Lucía Pollán ojalá continúe su carrera como actriz porque en Magical Girl hace un trabajo brillante. Si ella quiere, sólo acaba de empezar.

Magical Girl, que ganó la Concha de Plata al Mejor Director (Carlos Vermut) y de Oro a Mejor Película en la Sección Oficial de la 62 edición del Festival de San Sebastián, parte de una situación que, a medida que va a avanzando la historia, se va enturbiando y desorienta al espectador por momentos, que es el encargado de completar el puzle. A veces, la impaciencia por saber qué es lo siguiente que va a pasar no va en paralelo al ritmo de la película, un poco más lento, y esto crea un suspense que se paladea y disfruta. La niña, por otro lado, con un pie en la adolescencia, quiere ir más deprisa que su maduración, y el padre tiene prisa por conseguir su objetivo, cueste lo que cueste. Es una película de personajes presos en diferentes desequilibrios, que en el fondo son buenos de corazón, pero las circunstancias les hacen adentrarse en una maldad desconocida para ellos. Magnética por su rareza.

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