Un periodista, Mikael Blomkvist y una hacker, Lisbeth Salander, son los protagonistas del fenómeno editorial más importante de las últimas décadas: la trilogía Millennium; un novelón al que Vargas Llosa ha situado ya en la inmortalidad de la ficción. Lleva vendidos más de cuarenta millones de libros sin que dejen de incorporarse nuevos lectores. Publicada por primera vez en Suecia en 2005, el cine no se despistó ante el filón que suponía de cara a la taquilla.
Por Angeles García
La primera adaptación cinematográfica fue realizada por el director danés Niels Arden Oplev y con los actores suecos Michael Nyqvist y Noomi Rapace, como protagonistas. Tres entregas sucesivas de casi tres horas de duración cada una y calidad desigual recrearon con gran fidelidad la historia escrita por Stieg Larson e incluso hicieron una versión más larga y exhaustiva para la televisión. Los hombres que no amaban a las mujeres, La chica que soñaba con una cerilla y un bidón de gasolina y La reina en el palacio de las corrientes de aire fueron devoradas por por espectadores no solo en Suecia y Dinamarca, también en casi toda Europa. Quienes habían leído la novela, (publicada en España por Destino), no renunciaron a volver a sumergirse en la historia. El reparto de actores era perfecto. No ocurre muy a menudo, pero fue fácil que los personajes tomaran cuerpo de una manera creíble. El ambiente de la redacción en la revista Millennium resultaba conocido para quienes nos dedicamos al periodismo. El frío del norte europeo traspasaba cada fotograma. La sordidez y el terror fueron recreadas sin sensacionalismo barato. Como era de temer, Hollywood se apresuró a contratar los derechos para crear su peculiar versión con apabullantes medios y patéticos resultados. Un gran director como David Fincher y un buen actor, pero absolutamente inadecuado para el papel, Daniel Craig destrozaron la esencia de la novela de Larsson. No conozco ningún lector de la novela que que defienda la versión americana. Ya se sabe que un buen guión no tiene que ser una copia del texto original, pero la película de Fincher se quedó con los pasajes más escabrosos y menos interesantes de la obra.
Pero, ¿por qué ha arrasado y sigue arrasando Millennium?. ¿Por qué se ha convertido en una trilogía de culto?.De entrada, hay que conocer a su autor, Stieg Larsson, trasunto del protagonista de la novela, Mikael Blomkvist. Larsson (1954-2004) murió el 9 de noviembre de un ataque masivo al corazón, solo unos días después de entregar a la editorial Norstedts la tercera entrega de la trilogía y sin que se hubiera publicado el primero. Como muchos grandes artistas, no llegó a conocer el éxito de su obra ni a disfrutar de sus multimillonarios beneficios. Preocupado siempre por los derechos humanos y militante feminista, Larsson había investigado a fondo los grupos nazis que se mueven tranquilamente por Suecia y las conexiones entre la extrema derecha y el poder financiero y político.Rubio, de sonrisa aniñada y mirada escéptica, a Larsson le preocupaba que el supuesto paraíso del bienestar europeo tuviera un subsuelo en el que las mafias se mueven impunemente, la corrupción está la orden del día y donde la prostitución y la violencia quedan sin castigo.
Larsson murió unos días después de entregar a la editorial Norstedts la tercera entrega de la trilogía
Lector de novela negra, Larsson consideraba que la política y el nuevo capitalismo se mueve en las mismas cloacas que los peores delincuentes que se colaron masivamente en los países nórdicos después de la caída del telón de acero. El periodismo serio y riguroso era la única manera de denunciar lo que estaba ocurriendo. Suerte que Suecia, a diferencia del sur de Europa, sigue contando con unos medios de comunicación rigurosos e independientes, capaces de acabar con los culpables. Stieg Larsson trabajaba y dirigía la revista Expo, una pequeña e influyente publicación en cuyo horizonte estaba la defensa de los derechos humanos. Con los modestos ingresos como periodista vivía en un pequeño y céntrico apartamento de Estocolmo. Expo es Millennium en su trilogía.

Stieg Larsson
El boom del fenómeno Larsson y su éxito entre hombres, mujeres, jóvenes y mayores se explica por muchas razones. Narrada con un lenguaje preciso y eficaz, el personaje principal, el periodista Mikael Blomkvist, tiene unos valores insobornables. Todo un Quijote del siglo XXI. Conceptos para otros negociables, como la verdad o la justicia, son esenciales para Blomkvist. Su compañera de aventuras, Lisbeth Salander, prototipo de víctima de la opulencia y desmadres suecos, es una creación perfecta para enganchar a las masas de todo el mundo. Nadie tan débil y tan fuerte a la vez como esta minúscula chica llena de tatuajes, con un dominio absoluto de los ordenadores y escrúpulos cero para entrar en la privacidad informática de cualquiera. Y hay algo más que trasciende el simbolismo de los personajes protagonistas. Se trata de como los periodistas suecos entienden el ejercicio de su profesión. Es la misma manera con la que muchos llegamos al periodismo en la España posfranquista. Todo estaba por descubrir y en el horizonte vislumbrábamos una democracia en la que limpieza, justicia y defensa de las libertades civiles. Ejercer ese periodismo pasaba por no tener complicidad con el poder, no contaminarse con los intereses políticos y trabajar exclusivamente para llevar historias veraces a los lectores. Bastantes han mantenido sus principios iniciales, pero los intereses de las empresas no han colaborado precisamente en hacer que aquel periodismo perviviera impoluto. Mucho después, el periodismo de todo de todo el mundo empezaría a confundir las noticias con los rumores interesados. Contrastar una historia en un mínimo de tres fuentes, ha pasado a ser una regla de oro y cualquier infundio lanzado desde un blog despierta más polvareda que una exclusiva bien trabajada.
La esperanza de que el interés en el viejo periodismo sigue vivo la ha vuelto a dar un periodista sueco, Hannes Rastam, con una historia que ha puesto en evidencia el sistema judicial y policial del país nórdico. Con mucha paciencia, tiempo y determinación, Rastam desmontó la leyenda que había convertido a un pobre loco, Sture Bergwall en el asesino en serie más peligroso de Suecia. Recluido en una clínica psiquiátrica desde 1991, donde actualmente sigue, Bergwall se había autoinculpado de 32 homicidios. El periodista demostró que Bergwall no había cometido ni un solo asesinato. Decidió declararse culpable porque en el hospital psiquiátrico conseguiría las drogas a las que era adicto desde jovencito y porque prefería estar acompañado de otros locos en lugar de andar solo por las calles.
Como Larsson, Bergwall tampocó pudo disfrutar de su contribución a la verdad. Murió nada más escribir la última página del libro en el que da cuenta de su investigación.La verdad parece incompatible con el triunfo.