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Crítica

Interstellar (2014), de Christopher Nolan

Por Pablo Álvarez

Hoy en día existen pocos directores cuyo trabajo despierte tanta expectación como el de Christopher Nolan. A raíz del gran éxito de taquilla y público que obtuvo con la magistral El caballero oscuro, el realizador británico ha visto como cada nuevo proyecto que anunciaba era recibido como un gran acontecimiento. Su ambición le ha granjeado numerosos admiradores y detractores, pero no cabe duda de que sus películas nunca dejan indiferente y esto vuelve a suceder con Interstellar.

La historia nos sitúa en un futuro cercano en el que la desaparición de los recursos naturales del planeta, está conduciendo a la raza humana hacia su inevitable extinción. Para evitarlo, un grupo de científicos se embarcará en una misión que les transportará hasta los confines más remotos e insondables de la Galaxia, en la que no está garantizado el viaje de vuelta.

El proyecto de Interstellar comenzó a gestarse en el año 2006, tomando como base las teorías gravitacionales del físico Kip Thorne y con Steven Spielberg como principal candidato para hacerse con las riendas. Más tarde, los hermanos Nolan se interesaron por el mismo y trabajaron en su desarrollo a los largo de tres años. El secretismo que ha rodeado al proyecto desde el comienzo, evitó que se crearan ideas preconcebidas respecto a su argumento, al margen de las esperanzas depositadas por unos y el escepticismo mostrado por otros. De este modo, el resultado final sorprende por constituir una experiencia cinematográfica sin parangón, pero también por tratarse del film más emotivo de su realizador, algo que sorprenderá a aquellos que le tachan de flemático. Teniendo esto en cuenta, resulta curiosa la implicación de Spielberg en un principio ya que el tono de muchos instantes, especialmente aquellos que resultan más dramáticos, remiten al estilo del llamado Rey Midas de Hollywood. Nolan nunca ha negado sus referencias y en este caso resultan bastante evidentes: desde la meticulosidad de las escenas que acontecen en el espacio que evocan a Kubrick, pasando por el naturalismo de Malick en las que tienen lugar en La Tierra, hasta un tratamiento existencialista de la ciencia ficción cercano a Tarkovsky. El realizador consigue conjugar estilos tan distintos y hacerlos propios, demostrando por un lado su cualidad de autor y por otro su clasicismo formal, a pesar de tratarse de un film aparentemente vanguardista en lo que a técnica se refiere. Con una duración cercana a las tres horas, la cinta resulta fascinante en todo momento, bien sea por sus planteamientos argumentales o por las monumentales imágenes concebidas por Nolan junto al director de fotografía Hoyte van Hoytema y el supervisor de efectos visuales Paul Franklin.

Christopher Nolan en el rodaje de INTERSTELLAR. © Warner Bros. Entertainment.

Christopher Nolan en el rodaje de INTERSTELLAR. © Warner Bros. Entertainment.

La sobrecogedora banda sonora compuesta por el habitual colaborador del director, Hans Zimmer, supone a su vez un elemento primordial a la hora de enfatizar las distintas sensaciones que transmite el film. A pesar de tratarse de una cinta de ciencia ficción repleta de conceptos abstractos cuya plasmación implica escenas nunca antes vistas en pantalla, no deja de ser en esencia una historia de amor paterno-filial a través del tiempo y el espacio. Las motivaciones que impulsan los actos de los personajes están asociadas a un sentimiento tan humano y distanciado del racionalismo como es el amor y esto es lo que termina subyaciendo, de modo que el resto de los elementos dispuestos funcionan de forma complementaria al tema central, pero nunca eclipsándolo

Tratándose de un film en el que las emociones desempeñan un papel tan importante para su funcionamiento, resulta lógico que Nolan se sirva de un reparto repleto de grandes actores. Matthew McGounaghey asume el protagonismo continuando con su buena racha de encadenar una excelente interpretación tras otra, en el papel de Cooper. El genial intérprete realiza uno de los mejores trabajos de su carrera en la piel de un hombre con la suficiente valentía como para atreverse a explorar lo inexplorado, pero que no puede evitar mostrarse vulnerable en aquellos instantes en los que siente la distancia existente entre él y aquellos que ama. Anne Athaway resulta tan convincente como de costumbre interpretando a la científica Brand, mientras que el gran Michael Caine llena la pantalla con su sola presencia, regalándonos otra de sus geniales actuaciones. El director también aprovecha la ocasión para recuperar a un siempre magnífico, aunque no lo suficientemente prodigado John Lithgow, y para afianzar a la ascendente y jovencísima Mackenzie Foy. Por su parte Jessica Chastain vuelve a demostrar su indudable talento, con una actuación que oscila entre la contención y lo emocional.

Christopher Nolan ha demostrado una gran valentía al abordar un proyecto tan arriesgado como este, en el que al margen de las comparaciones evidentes, ha intentado ofrecer una creación como nunca antes se ha visto en pantalla. Emulando a los protagonistas de su propia cinta, el director ha osado lanzarse a la aventura de explorar y desarrollar nuevos planteamientos cinematográficos, obteniendo un trabajo en el que sus numerosos aciertos consiguen imponerse a sus nimias irregularidades. Una obra tan sugerente como fascinante, que será merecidamente recordada como un hito dentro del género de la ciencia ficción y que supone indiscutiblemente la mejor cinta del año para el que esto suscribe.

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