Monstruos de lo cotidiano

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Crítica

Happiness (1998), de Todd Solondz

Por Pablo Álvarez

En la secuencia que abría Terciopelo Azul, David Lynch mostraba las imágenes de un típico barrio residencial de Norteamérica  en el que todo resultaba idílico. Sin embargo, irrumpían progresivamente en  escena diversos elementos hostiles que rompían con la armonía reinante: una mujer observa un programa de televisión en el que aparece una pistola; una manguera se enreda en una rama; el hombre que regaba cae al suelo retorciéndose de dolor. La secuencia culminaba con la cámara adentrándose en el césped, profundizando poco a poco hasta mostrar un nido de insectos que se retorcían frenéticamente. Lynch jugaba al contraste entre lo apacible y lo sórdido, introduciendo un elemento extraño en un escenario aparentemente agradable.

Aunque el cine de Todd Solondz y el de Lynch distan bastante, estilísticamente hablando, esta escena ejemplifica bastante bien las inquietudes artísticas del primero, que consisten en explorar el lado oscuro y perverso que esconde una sociedad norteamericana esforzada en mostrar una fachada que se aleja mucho de la realidad.

En Happiness se plantea una estructura en la que se entrecruzan distintas historias, similar a la que usara Robert Altman en Short Cuts, cuyo nexo de unión lo constituye una misma familia. Solondz construye una obra coral, en la que el título se usa de modo irónico para mostrar la incapacidad de sus protagonistas para encontrar la felicidad. Todos ellos son individuos supuestamente normales de puertas para fuera, que ocultan perversiones y frustraciones personales en su interior. Pedofilia, asesinato, incomunicación, frigidez sexual, soledad y separación son sólo algunas de las cosas que ofrece la cinta. Sin embargo el director se abstiene de abordar estas cuestiones criticándolas desde un punto de vista moral, dejando que sea el propio espectador el que reaccione ante lo que ve. Habrá quien llegue a mirar con compasión a determinados personajes por muy extravagantes que éstos resulten, mientras que otros sentirán rechazo ante lo transgresora que pueda parecerles la propuesta. La película ha sido definida como una comedia negrísima, algo que tal vez también esté condicionado por el ojo del que mira. Las historias que cuenta Solondz distan mucho de ser divertidas, pero aun así demuestra la capacidad de arrancar la carcajada del espectador, contextualizando situaciones a priori bastante dramáticas.

En el plano actoral encontramos interpretaciones excelentes con actores de la talla de Phillip Seymour Hoffman, Dylan Baker, Ben Gazzara, Louise Lasser o Lara Flynn Boyle, destacando especialmente las de los dos primeros. Hoffman ofrece un trabajo magistral como el solitario acosador telefónico que fantasea con su atractiva vecina, consiguiendo que su personaje despierte sentimientos tan encontrados como la repugnancia y la compasión por el patetismo que presenta. Por su parte, Baker consigue lo mismo con el psicólogo pedófilo, protagonizando las secuencias más desagradables y polémicas, a la vez que aquellas que resultan más sinceras, como son las de las conversaciones que mantiene con su hijo.

Con esta cinta Solondz se confirmó como una de las voces más interesantes del cine independiente a nivel mundial, algo que quedó reflejado en sus siguientes obras, caracterizadas por desenmascarar la hipocresía que muestra la doble moral de una sociedad que oculta a sus monstruos bajo la apariencia de lo cotidiano. Como curiosidad, el director retomaría once años más tarde a los mismos personajes en la pseudo-secuela La vida en tiempos de guerra, aunque en esta ocasión contaría con otros actores para interpretarlos.

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