Crítica
Bande de filles (2014), de Céline Sciamma
Love Is Strange (2014), de Ira Sachs
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Hay un plano en Bande de filles que por sí sólo bien merece una película. En la escena previa, las cuatro amigas han conseguido dinero para reservar durante una noche la habitación de un hotel y pasar allí el rato. En ella hablan, beben, se confiesan y, cuando cae la noche, se pintan, arreglan y bailan. Así el “Diamonds” de Rhianna da voz a todas las esperanzas que estas jóvenes tienen puestas en el futuro, un futuro que parece serles negado de forma sistemática desde el centro de Francia hasta los barrios periféricos que habitan, un futuro lleno de pasado que se ve provocado por unas circunstancias nada favorables, un futuro que pinta negro y se desvanece cuando están las cuatro juntas, abrazadas, cantando a voz en grito un éxito de la música popular como millones de chicas de su edad alrededor del mundo. Por esa escena merece la pena Bande de filles, un filme que se alarga y que recurre en exceso a unos fundidos a negro innecesarios.
Marieme (Karidja Touré) es una adolescente que vive con sus dos hermanas pequeñas, su madre trabajadora y su hermano en un piso de las afueras de París. Sin mostrarse abiertamente pero quedando como peligro latente está la única figura masculina que tienen en casa, un chaval maltratador y egoísta que se implica más en sus asuntos, su reputación, su apariencia ante la gente, que en la situación de las chicas que le siguen. Nuestra protagonista, carente de referentes, busca compañía hasta que encuentra una banda de tres chicas (Assa Sylla, Lindsay Karamoh y Mariétou Touré) que solían ser cuatro, que se interesa por ella y que le ofrece compañía. Así nacen las mejores amigas de Marieme, jóvenes y pérdidas como ella que sin embargo se tienen unas a otras. Se va tejiendo entonces una rutina diferente, una que depende de las compañeras y no de la familia. Sin embargo, los problemas de Marieme y sus circunstancias no se pueden resolver sólo con gente alrededor.
Céline Sciamma ya prometía calidad y propuestas interesantes con su anterior filme, Tomboy, en la que una niña se hace pasar por niño hasta que el entorno se lo impide. La definición del propio género y de la personalidad vuelve a quedar patente en esta historia que también tiene puntos en común con la Foxfire de Laurent Cantet en cuanto a que las chicas en el comienzo de su pubertad buscan incansablemente la compañía de miembros de su propio sexo para reafirmarse y protegerse. Así una parte interesante de la historia de Marieme es su identidad femenina, cómo pasa de niña a mujer y cómo en un momento rechaza su físico como medida de prevención, intentando asegurarse su propia integridad.
También es bonito ver el desarrollo de estos corderos con piel de lobo que lo único que quieren es tener a alguien con quién contar. El elenco, compuesto en su mayoría por chicas del extrarradio como la directora quería, dota de autenticidad a una historia de crecimiento que sigue dejando patente el menor valor que se da a las mujeres, y a las adolescentes, hoy en día, y cómo los peligros a los que están expuestas son mayores que los de sus compañeros masculinos. Sin embargo Sciamma intenta evitar en todo momento la sordidez retratada en muchos otros retratos de los banlieues y se aproxima a su protagonista con dulzura, con interés, con ganas de saber más. No es Marieme, a pesar de sus circunstancias, un personaje que se achique ante las dificultades o que intente huir de su realidad. Como hace en un momento de la película, tras su mirada tímida no está asustada, sino que observa y estudia hasta colocarse frente al rival y pelear por lo que merece.
En Bande de filles hay dos películas, el descubrimiento personal de Marieme -que se centra más en el tercer acto- y lo que quiere y no quiere hacer en su vida, y la relación con el trío que la apoya pero que también le dice que está haciendo tonterías, que ocupa el resto de la historia. La amistad es un argumento más interesante que el final del viaje de Marieme, aunque parezca necesario contarlo para que ella se conozca más a sí misma. Son los momentos compartidos con las otras chicas, con sus hermanas o con su novio, a escondidas del hermano, lo que traspasa la pantalla y hace que cualquier joven o cualquiera que haya sido adolescente, independientemente de las consecuencias posteriores, se reconozca en el arrojo de la protagonista.
Además, ¿quién no ha cantado a voz en grito, rodeada por sus amigas, una canción de Rhianna en alguna ocasión? La felicidad era eso.
Con su crudo tratamiento del amor pasional y destructivo en Keep the Lights On, Ira Sachs conquistó al mundo y mostró que una relación es una relación, aquí, en la Conchinchina, sea heterosexual o sea homosexual.
En Love Is Strange aprieta el botón de forward y nos cuenta los problemas a los que se enfrenta otro tipo de pareja, una que lleva 39 años junta y que decide contraer matrimonio, propiciando así el despido del trabajo de uno de los miembros y el consecuente exilio del piso que compartían, de precio prohibitivo como casi todo en Nueva York. Estos dos amantes que declararon su cariño ante sus seres más queridos se ven obligados a aceptar la caridad de éstos, que les acogen en sus casas de buen gusto pero que no pueden mantenerles juntos. Es así como cada uno se va a vivir a un hogar mientras buscan un piso más barato, decisión que hace mella en el matrimonio y también en sus conocidos.
Love Is Strange tiene el dudoso honor de haber sido clasificada por la MPAA (Asociación Cinematográfica de Estados Unidos) como una película de categoría R, es decir, que contiene material considerado “para adultos” y que los menores de 17 años han de ir acompañados de un mayor de edad para entrar en la sala. Teniendo en cuenta que es una historia de dos ancianos que lo más que hacen es tumbarse juntos, en pijama, en una cama, y abrazarse y darse un par de besos, que hay un par de tacos sueltos y poco más, y que la violencia no existe, igual que el sexo, sólo queda una razón para explicar la tremenda mojigatería del sistema estadounidense, y es una razón muy triste: el amor narrado es aquel entre Ben (John Lithgow) y George (Alfred Molina). En comparación con el sexo mostrado en Keep the Lights On, Love Is Strange peca de formal y familiar, de historia dulce y tierna que no corre riesgos porque tampoco necesita ir ahí y hacerlo. Que una relación tan normal, tan bien llevada, tan llena de amor y respeto, esté prohibida para los menores sin compañía adulta es inexplicable y puritano, por no decir estúpido.
Molina y Lithgow brillan en la historia como los actores que son, dos intérpretes de peso que aquí tienen dos caramelos en su boca. En el primer caso, George es el más racional de la pareja, el que trabaja en una escuela católica que le echa de su puesto por publicitar su enlace en Facebook, el que recibe el ostracismo profesional y, además, tiene que quedarse en casa de los vecinos más ruidosos. Ben, por su parte, interpretado por un actor que ya era hora que se quitase encima el glorioso pero escalofriante sambenito del asesino Trinity, es el más loco, el artista, el que disfrutó de su juventud, el que se siente de más en casa de su sobrino pero también el que tiene una buena voluntad a prueba de bombas. Sin embargo no sólo impresionan sus interpretaciones por separado, sino la ternura de su química en la gran pantalla, las miradas, los gestos y la confianza depositada en el otro. La ruptura de su rutina, 39 años que sólo logramos imaginar pero nunca llegamos a ver, es una situación tan práctica como absurda es lo que la inicia, y es doloroso ver cómo ellos la sufren y la aguantan.
Si bien Ira Sachs probablemente intentaba contar una historia de amor homosexual pura, honesta, de décadas, como pocas veces hemos visto antes en el cine, también provoca constantes reflexiones sobre el trato que se le da a los ancianos en nuestra sociedad, sobre la sensación permanente de que en algún momento se convierten en una carga, en una presencia a soportar, en vez de una persona sabia de la que aprender. Así, el final agridulce ofrece un homenaje a nuestra tercera edad y al respeto que, a fin de cuentas, les debemos.
Una bonita historia de amor. Espero que muchos menores americanos se hayan colado en las salas para inspirarse en ella.