¿Pero qué pasa por hablar?

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Crítica

Negociador (2014), de Borja Cobeaga

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Borja Cobeaga y su implicación en Vaya Semanita han hecho mucho por el humor en nuestro país, sobre todo por aquel que tiene que ver con los conflictos más sangrientos y duros de las últimas décadas. Tanto en el programa de televisión como en el éxito de taquilla nacional de este año, la hipernombrada Ocho apellidos vascos, Cobeaga se ha mofado, con respeto pero también con ironía, de ETA y de muchas de las situaciones que la política provoca en su país.

En Negociador sigue por ese camino recreando de forma costumbrista las charlas y negociaciones infructuosas que tuvieron lugar entre el gobierno del PSOE y la banda terrorista en 2005-2006. Alejándose de la política y los temas más peliagudos y serios, Cobeaga firma un guión breve -80 minutos- pero con momentos bastante efectivos alrededor de muchas de las situaciones puramente rutinarias que pudieron haber tenido lugar en aquellos días. Así problemas con los teléfonos móviles, la mala comida y la ausencia de tarjetas de crédito para pagarla, relaciones con prostitutas, conflictos con la traductora que se niega a trabajar en domingo y, muy prominentemente, discusiones sobre el lenguaje elegido para llevar las negociaciones -o las conversaciones- a buen puerto construyen una serie de escenas y anécdotas que, aunque van buscando la carcajada, esconden un fondo melancólico: la ruptura de la tregua con el atentado en la T2 de Barajas.

Ramón Barea encarna a Manu Aranguren, el personaje inspirado en el real Jesús Eguiguren, vasco de nacimiento y político del PSE con escolta que se ofrece como representante del Gobierno. Citado en un lugar de Francia por la organización terrorista, y con la presencia de un mediador y la traductora de éste, acaba conociendo a Josu Ternera (Josean Bengoetxea), su primer interlocutor. Problemas varios hacen que Thierry (Carlos Areces) le acabe sustituyendo sin lograr el acuerdo esperado.

Muchas de las escenas son ficticias, dato tras el que se resguarda su creador con un letrero inicial, pero hay una que parece cierta, que le ocurrió realmente a Eguiguren. Tras años recibiendo el ostracismo por parte de su antigua cuadrilla, que le reprochaba declararse español además de vasco, una vez trascendió la noticia de que había intentado sentarse con los terroristas para alcanzar la paz volvió a recibir el saludo de sus viejos amigos, agradecidos por el intento.

Ocho apellidos vascos dejo rotundamente claro que la gente ya está dispuesta a reírse de una situación que tanto dolor ha provocado, que las carcajadas actúan como bálsamo ante una época de horror que vivió España y que es imposible olvidar pero también que es posible celebrar la tregua. Negociador no es una gran película, y su factura técnica es pobre, tal vez lo más reprochable del producto final. Pero los chascarrillos que abundan en el guión, la tristeza que sigue latente en la cara de sus personajes y las grandes interpretaciones por parte de todo elenco merecen que, por lo menos, se vea y provoque risas. Probablemente, ésa es la intención básica de su director.

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