Que les corten la cabeza

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Crítica

Relatos salvajes (2014), de Damián Szifrón

Por Claudia Lorenzo

Voy a contarles una historia de “Iniciación a la economía” de Primero. El lunes fui al cine con una amiga y compré las entradas por Internet. Cuando ella me preguntó el coste para devolvérmelo, tanteando precios altos, me quedé un rato pensando, negué con la cabeza y dije: “En España, todos los días son días del espectador”. Sé que parece que no, que el cine es caro, pero yo hace meses que no pago los susodichos 8 o 9 euros que se dice que cuesta una entrada y voy al cine casi todas las semanas. Entre los días del espectador, los miércoles de cine, los descuentos con la tarjeta de las multisalas, las ofertas de “si vuelves en diez días, la entrada a 5.50” y las fiestas anuales, las exhibidoras españolas están haciendo el agosto conmigo y unos cuantos más desde hace tiempo. Y también están consiguiendo que los cines vuelvan a ser parte de un ritual, de una costumbre, de un plan espontáneo pero viable, frente al escrupulosamente estudiado que requiere desplazarse hasta el centro comercial. La gente, ahora que los cines cierran, ha vuelto a la pantalla grande.

No sé de estadísticas, y puede deberse a una casualidad, pero intuyo que algo tienen que ver las facilidades económicas a la hora de ir a las salas con la impresionante taquilla que está haciendo el cine español este año -tres hurras por Ocho apellidos vascos, El Niño, La isla mínima, Torrente 5 y las que quedan-. A la calidad de muchas propuestas nacionales se suma la increíble cantidad de eurillos que nos estamos embolsando por productos que conectan con el público.

¿Por qué suelto toda esta crónica sobre el estado de la situación actual del cine español, obviando los problemas de la misma industria para seguir en pie? Porque no quiero imaginarme cuánto dinero más va a ir a parar a las arcas del Estado después de que la coproducción argentino-española Relatos Salvajes se estrene el 17 –y menos aún prefiero imaginarme la de dinero que tendríamos el año que viene si decidiésemos implementar uno de los aciertos de Francia, reservar un porcentaje de la entrada para subvencionar futuras producciones locales-. Dicho filme ha sido el filme local más visto en la historia de ese país sudamericano, y como la producción nacional está representada por El Deseo (la de los Almodóvar), no puedo esperar a volver a recibir buenas noticias este fin de semana.

Relatos salvajes, dirigida por Damián Szifrón, es un compendio de seis cortos que tienen la violencia, la indignación y el cabreo como hilo conductor. Contadas de forma lineal, autoconclusivas, una detrás de la otra sin mezclarse, las seis historias explican con bastante furia qué ocurre cuando algo sale mal, una y otra vez, y un fusible salta en nuestro cerebro. Así, el primer fragmento nos introduce en un avión en el que sus pasajeros comparten un secreto; el segundo, que tiene lugar en un bar de carretera, explora la venganza como plato frío; el tercero enfrenta a dos gallitos por su lugar en la carretera; el cuarto –el más celebrado en la sala de cine- narra la indignación de un ciudadano con la grúa que se lleva constantemente su coche; el quinto –el más oscuro y dramático-, deja claro que en cuestiones de delitos siempre hay clases sociales; y el sexto parte de un cliché para mostrar el descontrol de unos personajes durante una boda.

Relatos Salvajes es divertida pero también negrísima. Su increíble recepción allá por donde pasa –desde Cannes hasta San Sebastián- confirma que vivimos en una sociedad putrefacta que ya no sabe cómo salir de ésta. Szifrón, guionista además de director, reduce las historias a su mínima expresión, al momento culmen, y aprovecha el clímax para arrastrar al espectador a otra narración nueva. Plagada de intérpretes de la mejor escuela argentina -Darín y Sbaraglia a la cabeza, pero también Oscar Martínez, Érica Rivas, Rita Cortese, Julieta Zylberberg o Darío Grandinetti, entre otros-, la película consigue una catarsis colectiva de un público que se debate entre racionalizar lo que está viendo, que la mayoría de las veces está desprovisto de toda moral, o dejarse llevar por las tripas y las emociones de lo que ocurre, que hace que la audiencia arranque a dar aplausos cuando las circunstancias, bárbaras pero comprensibles, enloquecen por completo.

No sé en otras partes pero, a tenor de las circunstancias actuales en España, más de una y dos veces he escuchado lamentos por la ausencia de guillotinas en nuestra situación actual. No le cortaremos la cabeza a nadie pero, frente a una pantalla de cine y ejerciendo comportamientos puramente viscerales, está claro que no nos faltan ganas.

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