Tres películas conectadas
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En lo artístico, aunque es extensible a otros terrenos, los genios también pueden estar influenciados, naturalmente, por las obras de otros artistas, aunque muchos se nieguen a reconocerlo, como si fuera algo por lo que sentir vergüenza. Otros muchos no tienen problema en revelar abiertamente sus referencias. Para argumentar esta cuestión, jugaré a la filosofía: el arte se retroalimenta de la realidad que experimentamos (mundo exterior hacia dentro), de las fantasías que imaginamos (mundo interior hacia fuera) y de más arte (otros mundos que contaminan, en el sentido positivo de la palabra, al nuestro). Las ideas son el centro del sistema solar y las que nos hacen genuinos en el universo, cuya Luna sería la inspiración. Ser genio, que es una cosa bien distinta, depende de cómo se lleven a cabo esas ideas, entre otros factores (personalidad, sensibilidad, cultura, inteligencia, intuición, conocimientos teóricos y técnicos de la disciplina artística, contexto histórico, etc.). Pasa constantemente: a una persona se le ocurre algo en la intimidad de su mente y más tarde se da cuenta de que alguien ya se había adelantado, tanto a pensarlo como a realizarlo. A veces ese alguien es un genio, entonces nos planteamos: ¿lo soy yo también? Entonces sentimos una estúpida decepción al pensar que de alguna manera nos han plagiado una buena idea, que nos han robado algo antes siquiera de asimilarlo y poseerlo. Pero es poco probable, pues no llegamos a compartir esa idea brillante con nadie. O a veces se adelantan tanto, que otros pensaron y realizaron “nuestra idea” incluso mucho antes de que naciéramos, y esto va contra las leyes de la física. Y es entonces cuando nos preguntamos: “¿por qué no se me habrá ocurrido a mí primero?” Pero en realidad pocos son los que piensan la genial idea y menos aún los que llegan a realizarla (pensarla solamente no cuenta, hay que materializarla). Para evitar disgustos existe la posibilidad de patentar las ideas, registrar que uno es el legitimo primer pensador de una idea abstracta, para más adelante concretarla.
Frente a esto no se puede hacer nada, pero que ya se haya hecho no significa que no pueda “repetirse”, pues la misma idea nunca será realizada exactamente igual por dos o mas personas distintas, a no ser que se haga con el objetivo expreso de copiarla. Pero también se puede hacer un homenaje, un guiño, un remake… hay tantas posibilidades. Así que nos queda pensar: “no sé si yo lo hubiera hecho mejor o peor, de lo que no hay duda es de que hubiera salido diferente” (insisto, si lo hubiéramos llegado a hacer y a terminar, no sólo a pensar). Esto puede ser sabido y aceptado por el creador o manifestarse de forma subconsciente en la nueva creación. No hay que descartar tampoco la posibilidad de que el parecido con otras obras ya existentes en forma y/o contenido sea por casualidad, por pura coincidencia.
Desconozco cual de todos es el caso de Charles Chaplin con Tiempos modernos (1936), pero al ver esta película me viene a la mente otra obra maestra: Metropolis (1927), de Fritz Lang, con la que existen paralelismos, unos más evidentes que otros, aunque la segunda se desarrolle en un entonces futuro que hoy ya hemos pasado, y aún así su profético mensaje sigue estando de furiosa actualidad. A continuación expongo una serie de fotogramas en los que se puede apreciar la conexión entre ambas películas.
A la izquierda Metropolis, a la derecha Tiempos modernos:
Una secuencia que a su vez recuerda al cuadro de Giuseppe Pellizza da Volpedo “El cuarto estado” (1901), Museo del Novecento, Milan.
Ocurre lo mismo con otra película anterior: ¡Viva la libertad! (1931), de René Clair, en la que también se hace una comparación entre el mundo de abajo y el de arriba, el proletariado frente a la clase alta. Por cierto, otra vez más, la acción transcurre en una fabrica ausente de mujeres trabajadoras, lo que convierte a estas películas en retratos de la época. En este caso se llegó a acusar de plagio a Chaplin (a lo largo de su carrera le demandaron dos veces más por diferentes motivos. Incluso él también fue demandante por otras razones). A pesar de todo (similitudes en el argumento, en el mensaje, en las metáforas, en la composición de los planos, en la escenografía, en los personajes estereotipados, etc.), las tres películas son independientes las unas de las otras, con sus particularidades, por supuesto, y siguen siendo ingeniosas, especiales y originales en sí mismas.
A la izquierda ¡Viva la libertad!, a la derecha Tiempos modernos:
He de puntualizar que soy admirador de la obra de Charles Chaplin, genio que ha influido en mi vida y en mi forma de entender el cine, por tanto no he escrito este breve ensayo para desacreditarle, en absoluto, pero considero que lo que he expuesto es curioso y de interés para los cinéfilos más frikis, esos que sin cansarse han visto tantas veces una película que se la saben de memoria, y que ya empiezan a ver más allá de ella, reparando en cosas que a un espectador normal se le escapan. Os animo a que hagáis un visionado de estas maravillosas películas para fijaros en lo que tienen en común y también en lo que se diferencian, empezando por características como sus géneros, corrientes artísticas, contextos históricos, etc., y saquéis vuestras propias conclusiones. De todas formas, hay que especificar que en la época en la que se realizaron estas películas no existían las mismas facilidades que en la actualidad para poder ver cualquier película, por lo que no sabemos a ciencia cierta si Charles Chaplin vio las películas de sus contemporáneos Fritz Lang y René Clair antes o después de realizar Tiempos modernos (y si la vio antes no significa nada). Quizá nunca llegó a ver Metropolis ni ¡Viva la libertad! Personalmente, me gusta pensar que estas tres películas están conectadas a un nivel que da para seguir filosofando.
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