
Amy Winehouse en Madrid, 2008, (AP Photo / Victor R. Caivano)
Crítica
Amy (2015), de Asif Kapadia
Por Joan Colás
Asif Kapadia lo tiene claro: Amy Winehouse es la película así como la película acaba siendo Amy. El director de Senna firma este documental en la que hay pocas imágenes rodadas por él y que en cambio tiene una voz muy personal e incluso plantea ciertas hipótesis de lo que sucedió con esta joven cantante que falleció a los 27 años.
Las imágenes de Amy y sus canciones fluyen y hablan por sí solas. Imágenes extraídas de diferentes videos y fotografías domésticas que familiares y amigos han aportado a Kapadia y que él ha sabido montar de una manera personal trazando un discurso de lo que pudo ser la vida de una amante del jazz, a la vez que una denuncia contra una industria que se aprovecha de jóvenes artistas para convertirlos en grandes estrellas sin capacidad de decisión y que manejan a su antojo.
Todo empieza con Amy cantando el “Happy Birthday” a una amiga mientras sujeta lo que parece un porro, que hace plantearse lo peor: esto acabará siendo un discurso antidrogas. Pero lejos de la moralina, Amy se deja llevar por las vivencias de esta chica de suburbios londinense que impregnan el film como también lo hacen las letras de sus canciones.
Con apoyo de las voces de todos los que intervienen en el film, el espectador ve en imágenes como empezó una carrera meteórica que llevo a Amy Winehouse a una fama que la superó y acabó con ella y que la llevó a dejarse llevar por una industria ávida de estrellas y un novio y un padre más interesados en aprovecharse de su situación que en cuidarla.
Pero no hay discurso dramático, ni si quiera se señala a nadie como culpable de su muerte, sólo las imágenes y la música de Amy ayudan a recomponer esas partes de una vida que el publicó nunca vio y que ahora sale a la luz con material completamente inédito y que en manos de Asif Kapadia toman un sentido.
Con el tempo preciso y acorde con el camino que llevó a Amy a la fama, el documental empieza relajadamente escuchando a la joven y a sus amigos contar cómo fue su infancia y vida familiar, su carácter alocado de adolescente, cómo la artista siente la música y qué significa para ella componer, el proceso de creación, los primeros tours. Y así poco a poco las imágenes van cogiendo ritmo cuando Amy se va a vivir a Camden, conoce a Blake y estalla su fama. Los flashes asaltan al espectador igual que asaltaron a la artista. Y de allí al tema de las drogas.
Asif, parece en este momento tomar la palabra que Amy apenas podía pronunciar. Un encadenamiento de declaraciones de Blake, la denuncia de las insanas conductas de la cantante por parte de sus amigos, y unas grabaciones en las que el padre del artista parece preocuparse más de los contratos que de su hija, hacen asomar el discurso del director, que se pronuncia como los grandes cineastas, a través de las imágenes.
Lejos de la hagiografía, el director muestra esas imágenes que captaban los medios acosadores de Amy cuando salía drogada de cualquier lugar y en cualquier escenario. Blake, su gran amor, cuenta como empezaron a tomar heroína y crack y como eso se convirtió en su rutina y el documental muestra imágenes de esas fiestas en los que acababan todos drogados. La caída fue importante y no se esconde al espectador e incluso se puede escuchar como una de las amigas de la infancia explica que la artista le confesó que ,“sin drogas, nada de esto es divertido”.
Asif Kapadia compone un documental, con el mismo tiempo que necesitaba Amy para componer sus letras y asimilar todo lo que sucedía a su alrededor. Y de este modo, Amy la persona y Amy la película acaban siendo la misma cosa, de tal modo que al salir de la sala el espectador se da cuenta de que no ha visto un documental, ha visto a Amy.