
Los chicos de Alta fidelidad defendiendo su esnobismo musical.
Crítica
Alta fidelidad (2000), de Stephen Frears
Por Claudia Lorenzo
Primera: la música
“¿Qué fue primero, la música o la tristeza?” Así comienza el filme, con un histórico monólogo en el que John Cusack pregunta a cámara si está bien dejar que parte de la humanidad se alimente de canciones sobre el desamor y el infortunio de no ser correspondido, o si estamos creando generaciones enteras de depresivos que no serían tal si no fuese por la música pop. En dos segundos, Alta fidelidad deja claro qué vamos a ver: la historia de una a) ruptura, b) amorosa y c) con mucha música de por medio. Las discusiones sobre los mejores singles de caras B del mundo, la libertad para insultar a un antiguo gran artista que ahora compone cursiladas (pensemos en “I Just Called to Say I Love You”) o la capacidad de Jack Black para despreciar a Belle & Sebastian en dos segundos simplemente envuelven una historia de amor y desamor. Pero, como todos sabemos, no hay desamor sin canciones tristes de por medio.
Segunda: Nick Hornby
Corría 1995 cuando Hornby, hoy adorado escritor británico, publicaba su primera novela de ficción (Fever Pitch, que había visto la luz en 1992, era una historia autobiográfica que detallaba su amor por el Arsenal antes de que el Arsenal fuese un equipazo). En ella conocíamos a Rob Fleming, dueño de una tienda de discos y un desastre de treintañero, que acababa de separarse de su novia Laura y que se dedicaba a hacer listas de las mejores cinco cosas de lo que fuese para sobrellevar la ruptura. Uno de esos top-five que elabora es el de sus exnovias, y es tras repasarlas cuando decide contactar con cada una de ellas para averiguar por qué fue abandonado (nótese la autocompasión exagerada de su objetivo). Lo que Rob no sospecha es que va a descubrir que, en todos esos casos, de alguna forma él tuvo gran parte de culpa en el final.
La literatura de Hornby está plagada de personajes masculinos con un físico adulto y una mente infantil. Gente con buen corazón, que tiene claro qué debe hacer para ser feliz, pero que se ve incapaz de dar los pasos necesarios. Aquí Hornby enlaza el famoso complejo de Peter Pan con el amor por la música, un amor adolescente. Pero también le otorga a la música el último poder de salvación, haciendo que sea la respuesta a cualquier plegaria de su protagonista. Hornby simplemente aclara que no por crecer el hombre ha de dejar de tener ilusión.
Tercera: John Cusack
Cuatro años después de su publicación, cuando Alta fidelidad ya era el libro de referencia de cualquier hipster que se preciase antes de que nadie les llamase hipsters, John Cusack se interesó en adaptarlo y decidió mudar la localización de la historia de Londres (cuna del pop, rock, punk, y lo que caiga para una gran parte de la población y muchos de los seguidores de Hornby) a Chicago, también referente de la escena musical de Estados Unidos. Cusack fue el que logró que Stephen Frears decidiese dirigir el proyecto y participó en la adaptación del libro. Se podría decir que el alma de la película, Springsteen mediante, es .
Pero también se podría decir que era necesario para la tarea. Según comenzamos a seguirle, la mitad del público, léase aquellos con los que comparte sexo, probablemente entiendan a este tipo que se niega a crecer. La otra mitad, la audiencia femenina, se identificará con muchos patrones de comportamiento propios pero también distinguirá otros tantos en los hombres de alrededor. Y no son precisamente los detalles más bonitos. La resurrección de Rob tiene que seguir manteniendo a aquellos que ya le amaban en el minuto uno, y a aquellas que durante varios momentos de la película, muy al estilo del personaje de Liz, quieren pegarle un buen chillido para que despierte de tanta tontería. Es labor de John Cusack no perder a nadie a lo largo del metraje, y labor que hace bien.
Cuarta: las chicas
La danesa Iben Hjejle se había hecho famosa un año antes con Mifune (Søren Kragh-Jacobsen, 1999), pero aún así era una elección sorprendente (y desconocida) para una comedia romántica con voluntad popular. Hjejle, sin embargo, se convierte en una Laura con mucha personalidad y mucho carácter, el necesario para convencernos de que no sólo puede controlar las rabietas sentimentales de Rob sino que, además, le quiere por ello. Lo cual no significa que no le llame al orden una y mil veces.
Entre las otras mujeres que desfilan por la vida del protagonista encontramos a Lisa Bonet, encargada de interpretar “Baby I Love Your Way” de una forma que enamora a los enemigos de Peter Frampton, Catherine Zeta-Jones, demostrando que una se puede reír de sí misma sin complejos, Lili Taylor, interpretando en lenguaje femenino a la peor versión de Rob, Joelle Carter, retomando el papel de novia de instituto que fue herida, no torturadora, o la propia hermana del actor, Joan Cusack, íntima amiga de Laura y de Rob que no duda en ejercer de abogada del diablo y juez cuando las circunstancias lo requieren. Todas ellas, con personalidades propias, ayudan a dibujar al protagonista, con sus momentos buenos, sus malos ratos, y sus miserables errores. Ninguna de ellas es perfecta, como tampoco lo es Rob. Tal vez sea la imperfección el detalle que más celebra esta película, los intentos, aciertos y fallos a ritmo de rock.
Quinta: los secundarios
Iba a usar una categoría entera sólo para defender la entrada de Jack Black como Jack Black en el mundo cinematográfico, pero recordé la imagen de un Tim Robbins vestido de hippie y practicando el sexo tántrico y tuve que parar a reír. En efecto, Alta fidelidad y, especialmente, la tienda de discos en la que sucede gran parte de la acción, no serían lo mismo sin Barry, el dependiente vago, categórico y elitista al que interpreta un Jack Black hilarante. Barry sabe dónde está la buena música, dónde están los impostores, y no duda en rechazar venderle a un cliente un disco que él mismo considera basura. Los sueños de este hombre, sin embargo, van más allá de trabajar para Rob toda la vida, y será su pasión por la música lo que defina su final y su grandeza. El director y actor Todd Luiso (Hello I Must Be Going, 2012) es la tercera pata del local, un dependiente tímido, igual de amante de la música que Barry pero menos histriónico, que sólo desea encontrar un alma gemela para su introversión.
Y Tim Robbins, vecino, amante, pacifista, hippie y exagerado, se encarga de recoger los pedacitos de una Laura confusa, de tal forma que le odiamos como Rob le odia, pero nos parece magnífico verle así en pantalla.
Alta fidelidad se dice una película de culto, para románticos, amantes de la música, nerds de barrio. Pero es, simplemente, un buen filme que merece la pena ver una y otra vez. Ah, y además sale el Boss.