Crítica
Autómata (2014), de Gabe Ibáñez
Por
Una de las grandes maravillas de los festivales de cine es la posibilidad de ver nuevos proyectos en territorio virgen, sin saber nada. Al final, llevada al extremo esta afirmación es casi mentira, porque siempre hay alguien en algún lugar que ya ha pasado por una proyección privada y que lo sabe todo sobre ellos.
Autómata llegó así a nuestros brazos, como un proyecto de cine de ciencia-ficción independiente encabezado y apadrinado por Antonio Banderas y dirigido por Gabe Ibáñez. Los riesgos en principio siempre prometen y atraen al respetable, y esconden algo bueno incluso si el resultado ha sido fallido. Autómata, sin embargo, vive de la maldición de todas las películas de género que han querido ser grandes por cuatro duros: no tiene un buen guión, ni tampoco acorde con el dinero que se podía invertir en ella. Y sin un buen guión inteligente para una película tan barata no se va a ninguna parte.
Jacq Vaucan (Banderas) es un empleado de la compañía ROC, dedicada a fabricar robots que ayudan a una población humana de supervivientes en una Tierra devastada. Los robots siguen dos protocolos que determinan toda su naturaleza: no pueden hacerle daño a un ser vivo y no pueden alterarse a sí mismos. Vaucan comienza a investigar, poco después del asesinato de una de estas máquinas a manos de un policía (Dylan McDermott), si está abriéndose una brecha en el cumplimiento del segundo protocolo.
Hay que admitir que, leyendo así el asunto, todo pinta bastante bien. Hay una trama policial, hay un mundo devastado, hay un investigador taciturno y con demonios personales, hay un policía con tendencia a apretar el gatillo con facilidad, hay una rebelión tecnológica y, si se está violando el segundo protocolo, es cuestión de tiempo que también el primero salte por los aires. Todas estas asunciones lógicas por parte de cualquiera no se dan, sin embargo, en Autómata. La película presenta dilemas y conflictos que nunca jamás soluciona, no queda muy claro si por deficiencias en la escritura, en rodaje, en montaje o por accidente. Banderas, que defendió su película a capa y espada en la rueda de prensa, ha tirado de contactos y ha juntado al mencionado McDermott con Melanie Griffith, Robert Foster e incluso Javier Bardem, en una historia en la que no se entiende cómo se dejaron convencer para participar.
El protagonista, plano a más no poder, oculta por lo visto deseos de liberarse de su entorno y salir a ver el mar, pero es poco proactivo. Todo lo que descubre le viene dado por los personajes secundarios. La relación con su mujer es confusa – y no se entiende por qué ésta no sale de casa-, parece ser íntimo de su jefe pero no queda muy claro si eso es cierto y tiene aires de investigador rebelde pero sólo lo es hasta que sale de casa. El misterio que él se decide a resolver – de aquella manera- deja de tener suspense bien pronto porque el secreto se le revela al público bastante antes que a Vaucan, sin que la retención de información lleve a algún lado más interesante. La fina línea que se supone separa al robot del humano, el meollo de la cuestión y saltada constantemente por Joaquin Phoenix en Her, aquí es falsa y bastante ortopédica. Muchos momentos de intimidad vienen dados porque lo dice el guión, no porque resulten naturales. Por no hablar de una de las mayores ofensas a la ley de “si me enseñas una pistola en una escena, tienes que usarla en el futuro”: el asunto de que existan dos protocolos a violar pero estemos toda la película focalizados en el menos peligroso…
Nada tiene sentido en la escritura de Autómata ni tampoco en su dirección, tremendamente plana, vaga, con un arte muy desastrado y una fotografía nada atmosférica, con sus actores yendo por libre y con Antonio, que con un buen director puede dar muchos más registros de los que se le valoran, haciendo una de las peores interpretaciones de su carrera. Sí, se puede hacer un mal filme con un buen guión, pero éste caso deja patente que sin una estructura bien armada, con personajes definidos, con diálogos que no copien a Parque Jurásico, con interacciones entre especies problemáticas, sin todo eso, no hay por dónde cogerlo.
La magia de los festivales a veces nos deja algo mosqueados.