Crítica
Tigers (2014), de Danis Tanovic
Por
Danis Tanovic es un tipo listo, de reconocido prestigio y buen hacer tras la cámara. Cuando a alguien así le das material suficiente como para desarrollar un relato de denuncia e ira puede hacer magia. En Tigers, presenta la historia, basada en un hecho real, de un trabajador paquistaní empleado de Nestlé que deja su empleo al darse cuenta de que la leche de fórmula infantil que vendía a los médicos de su país provoca enfermedades e incluso muertes en los bebés.
El acierto de la película es enmarcarla en un entorno cinematográfico. Así, Ayan (la estrella de Bollywood Emraan Hashmi) comienza a contar su historia a través del Skype, en una conferencia en la que un productor, un director de cine y un abogado intentan conectar el testimonio original del protagonista con las investigaciones de campo que han llevado a cabo ellos mismos en Pakistán. De esta forma el público conoce que Ayan, antes de empleado de Lasta -la marca usada para blanquear el nombre de Nestlé-, trabajaba para empresas farmacéuticas locales, que producían medicamentos a precios más bajos que los occidentales pero que nadie quería comprar precisamente por su origen. Cuando comienza a ser empleado de la multinacional, regalando dinero y chocolatinas a diestro y siniestro, colocando la leche de fórmula en las consultas de todos los médicos y logrando aumentar las ventas de la misma, cuando, en consecuencia, vive feliz y tranquilo con su esposa Zainab (Geetanjali), es el momento en el que la verdad irrumpe en su vida y decide mandarlo todo al garete para denunciar esa situación. Maggie (Maryam d’Abo), una trabajadora social, se da cuenta de que Ayan guarda las pruebas suficientes para denunciarlo todo en un documental de la televisión alemana. Sin embargo, Lasta no se va a ir, ni mucho menos, sin contraatacar.
Danis Tanovic lleva años, como los personajes de la película, intentando sacar adelante la historia de Tigers. Y, como en la película, los productores se iban cayendo una y otra vez por el miedo a las demandas o a que los hechos no estuviesen completamente contrastados, hasta que llegaron los indios Praveen Hashmi y Achin Jain. Es duro admitir que un proyecto tan personal como éste no le ha salido, ni mucho menos, redondo. Tanovic muestra unas durísimas imágenes de bebés enfermos por el producto que denuncia, y unos casos de abuso empresarial tremendo. Y, en cierto sentido, lo hace con lógica mientras presenta la historia en el entorno de una familia normal, con un padre que se siente orgulloso de que su hijo se rebele y una esposa que, contrariamente a lo que muchas veces hacen los personajes femeninos en el cine, no le retiene sino que afirma que le perderá el respeto si sabe algo y no actúa. Igualmente, Ayan se nos presenta como un humano normal, feliz de tener dinero cuando triunfaba en su trabajo, infeliz de perder el dinero, el trabajo y, sobre todo, la confianza en sí mismo al darse cuenta de que vendía un producto dañino, y muchas veces cansado de pelear contra un Goliat que siempre parece tener la mano ganadora en el asunto.
Sin embargo a la película le falta alma, le falta la denuncia, la rebeldía y el candor que tenía El jardinero fiel, y le falta la empatía y el sentimiento por algo más que imágenes durísimas de niños sufriendo. A pesar de lo muy necesario que es conocer los hechos, le falta pulso, le falta ritmo y le falta ir algo más allá a la hora de contar el hecho completo para ampliarlo a cuántos más afecta. Y, en el caso y el estilo de película que nos ocupa, el problema es que le sobran referentes.