Crítica
Winter sleep (Sueño de invierno, 2013) de Nuri Bilge Ceylan
Por las estepas panorámicas y abismales de la Anatolia central turca, un pequeño aunque espectacular hotel rural resiste en medio de la nada. Al vacío espectral del paisaje se asoman unos cuantos personajes perdidos que se disponen a hibernar de modo casi literal ante la llegada imparable del invierno. Allí viven los dueños, Aydin, un experimentado intérprete teatral, su joven, solitaria y comprometida esposa Nihal y su ripiosa hermana recién divorciada Necla, así como todo un plantel de ayudantes, paisanos y amigos de la zona que se debaten entre el frío de fuera y la frialdad de dentro.
Esperemos que no se duerma nadie en la sala (a pesar de su narrativa en tono melodramático y grandioso y su tal vez excesivo metraje) de este Winter sleep, la flamante ganadora de la Palma de Oro en Cannes el pasado mayo. Merece la pena el esfuerzo de sumergirse en la estepa de Anatolia para darse un paseo por los caminos de la ética.
El detonante de la película se plantea justo al inicio del invierno, con una pedrada que le lanzan al coche de Aydin. Detrás de ese acto está un niño, el hijo de un inquilino moroso que le debía varios meses del alquiler de su casa, tras lo cual ha sido embargado y humillado. A partir de ahí descubrimos que tanto su pasado como actor como su presente como hotelero lo convierten en un hombre holgado económicamente, y sobre todo, aparentemente superior desde el punto de visto ético para con el resto de los paisanos.
Lo que parece un comportamiento normal y justo por parte de nuestro protagonista comienza a torcerse con el paso de los días y de las conversaciones entre los tres habitantes del hotel, los privilegiados de la zona, debido al interés de Nihal por ayudar descubrimos que la cinta reflexiona acerca de la tenue línea que separa la solidaridad de la condescendencia y que, tal vez, para construir un mundo más justo el equilibrio de condiciones es mucho más importante que las lecciones adoctrinantes acerca de la ejemplaridad.
Aparte del conflicto temático, este sueño de invierno tiene muchos más atractivos. El elemental, ese lugar extasiante y el sutil asomo de la pobreza, pero también la portentosa fotografía y el heroicismo de la música, en tono de película melodramática al estilo de Memorias de África o Doctor Zhivago. Una cinta con altas cumbres y ambiciones igualmente monumentales, que consigue hipnotizar con tés calientes, mantas de lana gruesa y conversaciones afiladas sobre los más dolorosos asuntos, aspirando a diseccionar la familia, la justicia y la honradez.
Ceylan filma una cinta panorámica, a lo grande, con unos planos perfectamente medidos, que tienen derecho y revés, a través de los insólitos e indiscretos espejos de todos los muros del hotel. Si se me permite, es una película francesa contada por un turco, con todo lo bueno y todo lo malo que a ustedes se les pueda ocurrir cuando la que escribe dice eso. Es una cinta existencialista, que sin embargo consigue convencer a cualquier escéptico a través de su perfección formal. Nada falla, salvo tal vez que no mucha gente le dé una oportunidad este invierno que, como en Anatolia, también se acerca.
Hay dolor que se sumerge bajo los sueños, o sueños que no acaban de arrancarse de la piel curtida en el invierno. Tal vez el hotel haya conseguido que Segismundo se replantee eso de que toda la vida es sueño. A ustedes, por lo pronto, les invito a un intenso viaje contra uno mismo, donde la hibernación no es del todo descartable.